Los Escorpiones (fragmento)Sara Barquinero
Los Escorpiones (fragmento)

"Los budistas tenían razón: uno nunca quiere morirse, sino matar algo que habita dentro de sí, aunque a veces eso implique acabar con la propia vida. O eso dicen los hechos porque, ahora que el peligro acecha, Thomas no tiene ninguna gana de desaparecer. ¿Dónde quedó su cinismo desapegado, ese encogimiento de hombros hacia la propia existencia que le debería permitir mantener la dignidad en una situación así? No se sabe.
Sara, a su lado, tampoco tiene ganas de que llegue el fin, por mucho que diga su historial: se ve en la manera en la que le tiembla el labio, en cómo se abraza a sí misma, compacta, la mínima expresión de la materia en una esquina del zulo. Michaela D’Alessandro suspira con hartazgo y se pone en cuclillas frente a ella, pero eso solo hace que se encoja todavía más. Thomas imagina un budilla dorado y flotante muerto de risa, justo sobre su moño. ¿Y ahora qué?, dice la figurilla. Ahora nada. Ahora. La. Nada. Eso te gusta, ¿verdad, cabrón? Michaela se levanta. Ya no va vestida como en la fiesta; lleva un chándal claro y unas New Balance tan limpias que parecen recién estrenadas. Los observa de hito en hito. Al menos dicho cinismo debería servirles para afrontar la situación con cierta dignidad: ea, uno se muere siempre, me tocó ahora, ¿y qué? De Sócrates a nosotros tres mil años, el mismo ethos. Pero no es así: Sara ni lo mira, todo su organismo está dedicado al Terror. Ni siquiera intenta luchar contra la atadura de sus muñecas. Thomas observa a su alrededor: hace apenas unos instantes pensaba que quería suicidarse, pero ahora solo quiere escapar. El zulo no está vacío, pero no ofrece ninguna posibilidad de huida. A la derecha hay una mesa con un ordenador, repleta de plantas artificiales y figuritas de acción, una placa en la que pone D’Alessandro. Cierra los ojos. Está cansado. En la otra esquina, una máquina de arcade viejísima, un póster mal colgado de Super Mario 64 y, en la puerta, el camarero demoniaco que los encerró ahí. Por lo demás, todo es gris, húmedo y poco interesante, y Thomas supone que la espera sería igual de poco interesante de no temer por su pellejo. Si tuviera manos, inspiraría por la derecha y luego expulsaría el aire por el agujero izquierdo, para luego invertir el proceso. Desventajas poco obvias de estar esposado: imposible meditar. "



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