Adiós muñeca (fragmento)Raymond Chandler
Adiós muñeca (fragmento)

"Aquel año habían puesto a Rembrandt en el calendario, un autorretrato bastante borroso debido a unas planchas de color que no se correspondían como es debido. El pintor, tocado con una boina escocesa nada limpia, sujetaba, con un pulgar muy sucio, una paleta embadurnada. Con la otra mano sostenía un pincel en el aire, como preparándose para trabajar al cabo de un rato, si alguien le pagaba el anticipo. Su rostro estaba avejentado, caído, lleno de la repugnancia que le inspiraba la vida y de los efectos abotargantes de la bebida. Pero tenía, con todo, una alegría severa que me gustaba, y los ojos le brillaban como gotas de rocío.
Me dedicaba a contemplarlo desde detrás de la mesa de mi despacho cuando sonó el teléfono y oí una voz fría, desdeñosa, muy convencida de su valor. Después de que yo contestara, dijo, arrastrando las palabras: 
-¿Es usted Philip Marlowe, detective privado?
-Jaque.
-Ah…, quiere decir que sí. Me lo han recomendado como persona capaz de tener la boca bien cerrada. Me gustaría que viniera a mi casa esta tarde a las siete para tratar un asunto. Me llamo Lindsay Marriott y vivo en el 4212 de la calle Cabrillo, Montemar Vista. ¿Sabe dónde es?
 -Sé dónde está Montemar Vista, señor Marriott.
 -Sí, claro. Pero Cabrillo es bastante difícil de encontrar. Por aquí el trazado de las calles forma un conjunto de curvas interesante pero intrincado. Le sugiero que suba andando las escaleras desde el café con terraza al aire libre. Si hace eso, Cabrillo es la tercera calle, y mi casa es la única de la manzana. ¿A las siete entonces?
 -¿De qué clase de trabajo se trata, señor Marriott?
 -Preferiría no hablar de ello por teléfono.
 -¿No me puede adelantar algo? Montemar Vista queda bastante lejos. -Le pagaré los gastos con mucho gusto si no llegamos a un acuerdo. ¿Tiene usted preferencias especiales en cuanto al tipo de trabajo?
 -No, siempre que sea legal.
 La voz se hizo helada.
 -No le hubiera llamado si no lo fuese.
 Un chico de Harvard. Buen uso del subjuntivo. Sentí un picor en la punta del pie, pero mi cuenta en el banco estaba otra vez en pañales. Endulcé la voz y dije:
 -Gracias por llamarme, señor Marriott. Allí estaré.
 Mi interlocutor colgó y eso fue todo. Me pareció que el señor Rembrandt había adoptado una expresión desdeñosa. Del cajón más hondo del escritorio saqué la botella que guardo para las emergencias y bebí discretamente. El señor Rembrandt perdió enseguida su aire desdeñoso.
Una cuña de luz de sol resbaló sobre el borde de la mesa y cayó sin ruido sobre la alfombra. En el bulevar los semáforos cambiaban de luces con estrépito, los tranvías interurbanos retumbaban sobre el asfalto y al otro lado de la pared medianera una máquina de escribir tableteaba monótona en el despacho del abogado. Acababa de llenar y de encender la pipa cuando sonó de nuevo el teléfono. "



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