Un malestar indefinido (fragmento) "Medianoche: Me tumbo en la cama. La cabeza sobre la almohada. Salgo de la cama; movida por la superstición, recojo la ropa desparramada por el suelo, la doblo, la amontono y la retiro; una de las innumerables pequeñas rutinas que llevo a cabo para evitar una noche en blanco. Una de las innumerables pequeñas rutinas tachadas de superstición, en la supersticiosa creencia de que los actos supersticiosos solo contribuirán a reducir las posibilidades de dormirme, pero que al final me es imposible ignorar. Son del todo necesarias. Ya hace mucho que conciliar el sueño dejó de ser un acto natural y se ha convertido en un acto de magia negra. Vuelvo a meterme en la cama y leo una antología de cuentos de William Trevor. No tarda en llegar la somnolencia, como algo que me llama desde la esquina. Noto un intenso y agudo dolor en la parte superior de la cabeza; siento punzadas de agujas de bordar en el cuero cabelludo. Apago la luz y la habitación queda más o menos a oscuras. Oigo un extraño crujido proveniente de quién sabe dónde. El corazón acelera su bum-bum-bum, una ligera percusión en un pecho que se llena de aire. Respira, respira. Y, con la luz apagada, ahí vienen, todos, los sagrados y los aterradores, aquí están. En un ars moriendi medieval el lecho de muerte del moribundo está rodeado de ellos, santos y demonios, todos rivalizando por dominar su alma. Los demonios tratan de arrastrarlo hacia la desesperación; hay uno de aspecto simiesco, con cuernos y un rostro humano en su vientre que sostiene una daga; otro parece un perro con un solo cuerno, una perversa sonrisa y un dedo que llama a acercarse; otro con cabeza de carnero que mira por encima del hombro; otro con pinta de sátiro y nariz ganchuda que no deja de relamerse. Ven con nosotros hacia la muerte, dicen. Renuncia a tu fe y síguenos. " epdlp.com |