Soliloquio de las cosasSergio Corazzini
Soliloquio de las cosas

"Decir las pobres cosas pequeñas: ¡Oh asfixiado de sombras! Nuestro amigo se ha ido por mucho tiempo: no volverá más. Cerrada la ventana, la puerta; su paso que cae en el silencio del largo corredor donde no se acepta más al sol, como en el vano de la campana errática, así la soledad es su tapete verde y todo se ha acabado.

Cualquier cosa en nosotros se accidenta, cualquier cosa que nuestro amigo diga: corazón. Somos la vieja virgen; encerrada en la sombra como en su ataúd. Y tendríamos las flores. Él quiso partir, para siempre, dejó sobre su pequeño lecho negro sus violetas agonizantes. Desesperadamente hemos entrado en aquel sutil aliento y hemos pensado en una delgada tumba de la juventud, muerta de amoroso secreto. ¡Oh! cómo fue triste la pérdida cotidiana, inexorable, del pobre perfume. Y se fue como él, con él, para siempre.

No somos más que cosas en la cosa: imagen terriblemente perfecta de la Nada.

Todo tañido de la campana de la pequeña parroquia suena a muerto. Todo esto es tristísimo para nosotros, pobres pequeñas cosas solas, si él estuviera aquí. Pero se ha alejado y la campana no carcome el silencio por él, pobre querido.

Un tiempo lo vimos y lo oímos llorar sin un propósito: queríamos consolarlo, ahora, lo sentimos así tremendamente crucificado. Hoy, oh, ahora es otra cosa: ¿dónde llora? ¿por qué llora?

Ahora solloza desoladamente porque su pequeña y blanca hermana no viene, en la tarde, como en el pasado, a hacerlo sólo un hombre, el más solo. Así él le decía mientras la abrazaba. Agregando: “Nosotros recordamos y nada como el recuerdo es un símbolo de soledad y muerte” Recordábamos muchos sucesos felices y muchos tristes acontecimientos, aunque no todos eran amargos.

Una tarde nuestro amigo esperaba inútilmente. Esperaba desde la hora de la primera golondrina hasta la última estrella… Oh, él sí que lo quería: a cada momento hablaba largo rato, como en sueños. En sueños hablaba. Antes de dormir, encendía una pequeña luz amarilla, suspendida en el muro. Quizá tenía miedo. Es algo dulce el miedo, ¡precisamente porque es de los niños!

No dormíamos; éramos la eterna vigilia, éramos el silencio que ve y que escucha: el visible silencio.

La casa debió ser muy grande. Oíamos el intercambio de voces lejanísimas y que sabíamos no venían de la pequeña plaza. ¡Oh, la ventana, si se entornara y dejara pasar un poco de sol, un poco de viento! Oh, nada se parece al corazón perdido como el sol que quiere entrar y todos los días despierta a todos los seres, triste y blanco, pálido de renuncia.

Un convento, una iglesia, un largo muro bajo, interrumpido por dos pequeñas puertas, cuyo umbral siempre era verde. La nieve quedaba intacta, delante de aquel muro, un tiempo interminable. Nuestro amigo decía que la puerta cerrada era la imagen de una gran alegría. ¡Éramos simples, no habíamos comprendido aún esta palabra, quizá, será porque estábamos tan solos y tan desconsolados de tantos años encerrados en este cuarto!

¡Oh, los ojos abiertos desmesuradamente en la sombra terrible; se parecía tanto a nosotros! Saber ver, pero no poder ver. ¿Por cuánto tiempo desfallecimos en lo oscuro como la estrella dentro de la nube? ¿Por cuánto tiempo nuestra ceguera aparente se prohibió al sol, o, quizá, un poco de dulce luna?

Como tantos pequeños monjes en el claustro, nosotros, pobres cosas, vivimos y morimos. ¡Piedad! ¡Piedad!

¡En tanto surgen las arrugas! Estamos viejos, oh, así de viejos temiendo el fin imprevisto. Y el polvo que nosotros pensábamos, empolva, entierra cotidianamente como un sepulturero muy escrupuloso.

¡Cómo nos acariciaba la tienda de campaña, llena de viento en primavera! Ella debía acariciar así a nuestro amigo, debía hacerlo morir de espasmos. Ahora, también parece una vela de una decrépita barca inservible, tirada junto al vano de una pequeña puerta solitaria y triste, colgando floja y vieja: hoy su caricia hace pensar en la mano de un agonizante.

Un paso. Una mano toca la llave… oh, sin pasmo: es un niño, es el solitario niño de todos los días que pasa a lo largo del corredor para caminar quién sabe a dónde, sin pasmo, es inútil.

-Traducción: Mario Bojórquez-"



El Poder de la Palabra
epdlp.com