Mater dolorosa (fragmento)Angel del Campo y Valle
Mater dolorosa (fragmento)

"El padre Anselmo, un sexagenario que no anda, se desliza con alpargatas, pegando la nariz a todo porque es miope incorregible, sacude su manojo de llaves, abre cajones, dobla amitos, manípulos, corporales, sobrepellices; canturreando trepa por la escalera de un tapanco, donde sobre un clavicordio fuera de servicio, está el tesoro de los resplandores, oriflamas, ramos de papel dorado, jarrones y bombas azogadas; cuánto deslumbrará, fingiendo incendios en el altar lleno de cirios.
Una beata pregunta si no se sienta el padre Moralitos, y a mí se me encarga delicadísima tarea; soy un niño, mis manos están puras y puedo vestir a la Dolorosa, a esa bella escultura del pesar, que va a estrenar traje porque han gastado la orla de sus vestidos los besos de los fieles.
—Presta el corazón (un corazón de oro traspasado por siete puñales con larguísimo pivote), y el pañuelo y el manto. Ahora sí.
—Y entre el padre Anselmo y yo, guardando el equilibrio sobre un burro, desnudamos a la imagen; limpiamos sus mejillas por donde ruedan lágrimas de vidrio; sus ojos de esmalte, vueltos al cielo; su boca que parece exhalar un gemido; sus manos donde la devoción ha puesto costosas piedras, y uno por uno descosemos los ex votos, símbolos de consuelo, que recaman la falda de luto.
Ha quedado lista, y yo la miro de hito en hito, porque me han enseñado a amarla, porque desde niño me llevaba de la mano ¡ay! una mujer buena y llorosa y enlutada como ella, a la penumbra de la capilla, me arrodillaba, así juicioso, los bracitos cruzados.
—Di conmigo, anda hijo, di conmigo, anda:
—Acuérdate, oh piadosísima Virgen, que no se ha oído decir hasta ahora, que ninguno... yo, animado de esa confianza, vengo a ti; no quieras, ¡oh Madre de la palabra eterna! despreciar mis palabras; óyeme favorable a lo que te suplico... Amén. Ahora un sudario por tu papá.
Y aquellos ojos, que siempre me supieron ver con ternura, cintilaban a la luz de una lámpara, empapados de lágrimas. No oía lo que balbuceaban los labios; pero en lo ardiente de la súplica, en lo tierno de la devoción, en el inmenso reclamo de la mirada, comprendía que por mí, niño indefenso, pedía una madre desconsolada a otra madre infeliz.
Era la confidente de nuestra miserias aquella hermosísima señora que no hablaba; aquella Mater Dolorosa, cuyo retrato se ponía en la cabecera de nuestras camas, era, según me decían, la que curaba a los enfermos; era la intercesora en nuestras angustias con Dios, ese Señor anciano y blanco, como mi abuelo; era la madre de todos los huérfanos, la consoladora de los afligidos... Y me acostumbré a mirarla como a una pariente de influencias, sintiendo en mis ideas de niño un vago respeto por la imagen, y se grabó en mí su faz descompuesta por el pesar, pues que siempre en las horas de tribulación la miraba, porque su estampa lloraba a la luz de la lámpara cerca de mi lecho y nunca faltaron flores al vaso azul de su repisa; porque lanzado a la vida fue la primera que supo de mis descarríos, porque mi madre se los contaba...
Y heme aquí, mirándola más de cerca, con una curiosidad punzante, tocándola con miedo, convenciéndome de que no era de carne sino de madera, palpando sus manos olientes a bálsamo, acercando mi índice a sus lágrimas y pasando la palma por sus cabellos de seda, y evocando uno por uno los momentos de oración ante su altar y, en un arranque, postrándome con respeto para pedirle, niño pobre, algo, muy poco, una friolera, para más judas y mi matraca, plenamente seguro de que sucedería algo tremendo en casa, pues tenía estrictamente prohibido pedir un solo centavo, ni aun a los parientes. "



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