Novela en nueve cartas (fragmento)Fedor Dostoievski
Novela en nueve cartas (fragmento)

"(De Pyotr Ivanych a Ivan Petrovich)
Muy señor mío y apreciadísimo amigo Ivan Petrovich:
Puede decirse, apreciadísimo amigo, que desde anteayer corro tras usted para hablarle de un asunto muy urgente y no le encuentro en ninguna parte. Ayer, y refiriéndose cabalmente a usted en casa de Semyon Alekseich, decía mi mujer en broma que usted y Tatyana Petrovna están hechos un buen par de zascandiles. Aún no hace tres meses que están casados y ya ni se cuidan siquiera de sus penates domésticos. Todos nos reímos mucho -claro que por el sincero afecto que les tenemos-, pero, bromas aparte, amigo mío, me trae usted de cabeza. Semyon Alekseich dijo que quizá estuviera usted en el club, en el baile de la Unión Social. No sé si era cosa de reír o llorar. Figúrese usted mi situación: yo en el baile, solo, sin mi mujer... Al verme solo, Ivan Ándreich, que tropezó conmigo en la conserjería, conjeturó sin más (¡el muy bribón!) que soy un apasiona do ardiente de los bailes de sociedad y, cogiéndome del brazo, trató de llevarme a la fuerza a una clase de baile, diciendo que en la Unión Social había muchas apreturas, que la sangre moza no tenía donde revolverse, y que el pachuli y la reseda le daban dolor de cabeza. No encontré a usted ni a Tatyana Petrovna. Ivan Andreich dijo que estarían ustedes sin duda viendo la obra de Griboyedov que ponen en el Teatro Aleksandrinski.
Fui volando al Teatro Aleksandrinski. Tampoco estaba usted allí. Esta mañana esperaba encontrarle en casa de Chistoganov -y nada. Shistoganov mandó a preguntar a casa de los Perepalkin - lo mismo. En fin, que quedé molido. Usted dirá si no fue ajetreo. Ahora le escribo a usted (no hay más remedio). Mi asunto no tiene nada de literario (¿usted me comprende?). Lo mejor será que nos veamos a solas. Me es absolutamente necesario hablar con usted cuanto antes; por ello le ruego que venga hoy a mi casa con Tatiana Petrovna a tomar el té y a pasar la velada. Mi mujer, Anna Mihailovna, se pondrá contentísima con la visita de ustedes. Nos dejarán obligados hasta el sepulcro, como dijo aquél.
A propósito, estimadísimo amigo - ya que estoy con la pluma en la mano lo diré todo, sin omitir una coma- debo ahora reprocharle un poco y aun reprenderle, respetadísimo amigo, por una picardía, al parecer muy inocente, que me ha jugado usted... ¡so pillo, so desvergonzado! A mediados del mes pasado presentó usted en mi casa a un conocido suyo, a Evgeni Nikolaich por más señas, avalándole con la amistosa y, por supuesto, para mí sagrada recomendación de usted. Me alegré de la oportunidad, recibí al joven con los brazos abiertos y con ello me puse un dogal al cuello. Con dogal o sin él, vaya jugarreta que nos ha hecho usted, como dijo aquél. No es éste el momento de explicarlo, ni es cosa para encomendar a la pluma. Sólo pregunto a usted muy humildemente, malicioso amigo y compañero, si no hay modo de sugerir a ese joven delicadamente, entre paréntesis, al oído, a la chita callando, que hay otras muchas casas en la capital además de la nuestra. ¡Que esto ya no hay quien lo aguante, amigo! Caemos de rodillas ante usted, como dice nuestro amigo Simonevich. Ya le contaré todo cuando nos veamos. No es que el joven no tenga garbo y cualidades espirituales, ni que haya metido la pata en nada. Muy al contrario, es amable y simpático. Pero espere a que nos veamos; y si mientras tanto tropieza usted con él, dígale eso al oído, muy respetuosamente, por lo que usted más quiera. Yo mismo se lo diría, pero ya conoce usted mi carácter: no puedo, eso es todo. Al fin y al cabo, usted fue quien lo recomendó. Pero en todo caso esta noche hablaremos. Y ahora hasta la vista. Quedo de usted, etc.
P.S. Hace ocho días que tenemos al pequeño indispuesto y cada día está peor. Le están saliendo los dientes. Mi mujer no hace más que cuidarle. La pobre sufre. Vengan ustedes. De veras que nos darán un alegrón, estimadísimo amigo mío. "



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