Pecadores (fragmento)Sean O'Faolain
Pecadores (fragmento)

"El canónigo ingresó al confesionario echando apenas una ojeada a los dos penitentes que le esperaban,. Desde adentro miró cansadamente, de un extremo a otro, a las filas de penitentes ubicados a cada lado de la cabina del padre Deeley, todos quietos como estatuas, apoyados contra la pared o inclinados hacia adelante para permitir que la luz de la única ampolleta eléctrica, colocada en lo alto del techo expuesto al viento, cayera sobre sus libros de oraciones. Deeley le daría a cada uno alrededor de diez minutos, y eso significaba que no absolvería al último hasta cerca de la medianoche. “Más problemas con el sacristán”, suspiró el canónigo. Cerró las cortinas y alzó su mano hacia el pasador de la rejilla.Hizo una pausa. Rezó una plegaria para desterrar cualquier repentina intranquilidad. A menudo rezaba esa plegaria, una esperanza contra la ira. Había recordado que al otro lado de la rejilla se hallaba una pequeña sirvienta que él había echado de la cabina el sábado anterior por la noche, debido a que había pasado cinco años sin confesión, y no parecía mostrarse arrepentida en lo más mínimo de aquello. Alzó su mano, pero hizo de nuevo una pausa. Se agregaba a esa dificultad –porque no le ayudaba saber sigilosamente lo que no podía pretender saber– que la patrona de ella acababa de contarle en la sacristía que le faltaba un par de botas. “¿Por qué diablos, suspiró, la gente le revelaba tales cosas a él? ¿Quería saber él los pecados de sus penitentes? La confesión, ¿se la hacían a él o a Dios? ¿Era...?”. Avergonzado de su enfado bajó su mano y repitió la plegaria. Entonces corrió el pasador, hizo una bocina con la palma en su oreja para escuchar, y vio las manos de ella entrelazarse y soltarse, como si su coraje fuera un pajarito que trataba de escaparse de entre sus manos. "


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