El pobre músico (fragmento)Franz Grillparzer
El pobre músico (fragmento)

"En Viena, después de la luna llena, en el mes de julio de cada año se celebra una verdadera fiesta, en torno a Saturno, en el Práter. Una multitud de murmullos llena las calles de la ciudad de aristocrática distinción, mientras a las puertas de la orbe clama la perentoria necesidad con el puente del Danubio como silencioso testigo de ese estruendoso mar que derrama la larga inundación de la efímera alegría. (...) Las horas de la mañana siempre han tenido para mí un valor particular. Durante las primeras horas es como si me fuera necesario ocuparme en algo elevado, importante, a fin de santificar así, en cierto modo, el resto del día. Por ello, me decido muy difícilmente a abandonar temprano mi habitación, y cuando me veo instado a hacerlo sin un motivo perfectamente justificado, durante el resto del día no puedo sino elegir entre la distracción irreflexiva o el remordimiento mortificante. A esto se debe que postergara por algunos días la visita al viejo músico, lo cual, de acuerdo con lo convenido, se realizaría en horas de la mañana. Finalmente me dominó la impaciencia, y me decidí a ir. Encontré con facilidad la calle y la casa. Los sonidos del violín también se hicieron oír esta vez, pero la ventana cerrada los sofocaba casi del todo. Entré en la casa. La mujer de un jardinero, medio muda de asombro, me señaló una escalera que llevaba al desván. Me detuve frente a una puerta baja y entreabierta, golpeé, y al no obtener respuesta, empujé el picaporte y entré. Me encontré en un cuarto bastante espacioso, pero sumamente pobre, cuyas paredes seguían en todas partes el contorno del tejado, rematado en punta. Junto a la puerta había una cama sucia y en un desarreglo repugnante, rodeada por todos los elementos del desorden; enfrente, y pegada a la angosta ventana, una segunda cama, pobre pero limpia, extendida y cubierta con mucho cuidado por una colcha. Al lado de la ventana, una mesita con música y útiles de escribir, y en la ventana, un par de tiestos. El medio de la habitación estaba indicado por un grueso trazo de tiza que recorría el piso de pared a pared, y apenas puede concebirse un contraste más llamativo entre suciedad y limpieza, como el que reinaba a ambos lados de la línea tendida, ese ecuador en miniatura.
Sobre la misma había instalado el viejo su atril y de pie, frente a él, practicaba, completa y cuidadosamente vestido. He hablado ya tanto acerca de la cacofonía producida por mi favorito —y temo que sea solamente mío— que dispensaré al lector de la descripción de ese concierto infernal. Como la ejercitación consistía en gran parte en arpegios, no había ni qué pensar en el reconocimiento de la pieza interpretada, y de todos modos, ello tampoco hubiera sido fácil. La audición durante un cierto tiempo me permitió finalmente reconocer el hilo que me podría conducir a través del laberinto, y al mismo tiempo los métodos de su manía. El viejo disfrutaba con la ejecución. Su interpretación distinguía con esto, aunque malamente, dos clases de cosas, la armonía y la disonancia, de las cuales la primera lo alegraba y, en verdad, lo encantaba, mientras que la segunda, aunque estuviera armónicamente fundada, era en lo posible evitada. En vez de hacer hincapié en el carácter y el ritmo de una composición musical, hacía resaltar y alargaba los sonidos e intervalos agradables, y no tenía reparos en repetirlos arbitrariamente, con lo que su rostro tomaba a menudo una expresión extática. Mientras que concluía las disonancias tan brevemente como le era posible, al par que interpretaba en un compás demasiado lento con relación al resto de la obra los arpegios sumamente difíciles para él, en los que su escrupulosidad no le permitía excluir una sola nota, puede fácilmente colegirse la confusión que de ello resultaba. Para mí, ya era demasiado. A fin de hacerlo volver de su ausencia, dejé caer de propósito el sombrero, después de haber intentado sin éxito otros medios. El viejo se sobresaltó, sus rodillas temblaron, y apenas pudo sostener el violín que había inclinado hacia el suelo. Me acerqué. "



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