Chavales del arroyo (fragmento)Pier Paolo Pasolini
Chavales del arroyo (fragmento)

"Desde la cúpula de San Pedro, detrás del Ponte Sisto, a la isla Tiberina, detrás del Ponte Garibaldi, el aire estaba tenso como una piel de tambor. En ese silencio, el Tíber, todo amarillo, discurría entre las altas murallas, que apestaban al sol a meadero, como si los detritus con que se había cargado más arriba pudieran llevar sus aguas siempre más lejos.
Los primeros que llegaron tras la partida, hacia las dos, de los seis o siete chupatintas que se habían quedado sin moverse en la gabarra, fueron los tipos con patillas de la Piazza Giudia. Luego se oyeron las ruidosas pandas chillonas del Trastevere que bajaban medio desnudos del Ponte Sisto, dispuestos siempre a arremeter contra el primero que apareciera. Tanto fuera, en aquel sitio pequeño y sucio; como dentro, en los vestuarios, el bar o en la gabarra flotante, la Ciriola se llenaba: un verdadero escaparate de carnicería... Una veintena de arrapiezos se agolpaban en el trampolín, y las primeras zambullidas comenzaron: carpas, piruetas y saltos mortales. iUn trampolín de apenas metro y medio! iY un chaval de seis años era capaz de tirarse de él! De vez en cuando, se paraba algún transeúnte para mirar desde lo alto del Ponte Sisto. Desde encima del muro de contención, un chaval sin dinero para bajar observaba, sentado a horcajadas sobre el parapeto acariciado por las ramas lloronas de los plátanos. La mayoría de los chicos estaban todavía en la arena o en la hierba escasa y quemada, al pie de la muralla.
-¡El primero de la cola! -gritó a todos los chicos tumbados allí un morenucho velludo. Sólo obedeció el Giboso, el espinazo hundido de través y que cayó como una masa en el agua amarillenta, las piernas separadas, golpeándose las nalgas; el resto, con un despreciativo chasquido de lengua, no tardó nada en gritar al morenucho que se largara de allí sin perder un minuto. Pero al cabo de un rato se levantaron y, blandos como franelas, se dirigieron a la cola contoneándose, delante de la gabarra flotante, hacia el sitio de tierra donde estaba el columpio, para mirar al Lordure que, con los pies clavados en la arena ardiente, enrojecido bajo las pesas, intentaba levantar un peso de cincuenta kilos, rodeado de un regimiento de chavales. En el trampolín sólo quedaban el pequeño Rizos, Marcelo, Agnolo y dos o tres más, sin hablar del perro, el ojito derecho de todos. "



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