Un Gil Blas en California (fragmento)Alexandre Dumas
Un Gil Blas en California (fragmento)

"Yo he visto en el Mediodía un pueblecillo llamado Les Baux: en otro tiempo, es decir, hace un siglo, era un alegre nido de hombres, mujeres y niños, situado en la falda de una colina, fértil en frutos, rico en flores, embalsamado por frescas y perfumadas brisas, animado por dulces cantos. El domingo, al rayar el día, se decía la misa en una pequeña y bonita iglesia blanca, con frescos de colores vivos, ante un altar bordado por la señora del lugar y adornado con pequeñas imágenes de madera dorada; por la tarde se bailaba bajo las frondas de los sicomoros, que tendían sus ramas sobre tres generaciones que allí habían nacido, que allí vivían y que allí esperaban morir. Por aquel pueblecillo pasaba un camino que iba, sino me engaño, de Tarascón a Nimes, es decir, de una ciudad a otra ciudad, y aquel camino era la vida del pueblo. Lo que para la provincia no era más que una vena secundaria, para él era la arteria principal, la aorta que hacía latir su corazón. Un día, por economizar la distancia de media legua, el trayecto de media hora, los ingenieros, sin comprender que cometían un asesinato, trazaron otro camino, Este camino, en vez de rodear la montaña, iba por la llanura, dejando el pueblo a la izquierda, pero lejos, muy lejos, ¡a media legua! Esto era poca cosa, sin duda; pero en fin, el pueblo no tenía ya su camino. ¡Y aquel camino era su vida, y he aquí que de repente la vida se había retirado de él! El pobre pueblo languideció, agonizó, murió: yo le he visto muerto, sin animación, sin vida. Todas las casas fueron abandonadas; algunas permanecen aún cerradas, como las dejaron sus habitantes el día en que las dijeron adiós; otras están abiertas a todos los vientos, y en varias un viajero extraviado sin duda, un bohemio errante tal vez, ha encendido fuego en la desierta cocina con los muebles destrozados. La iglesia existe todavía, la alameda de sicomoros existe también; pero la iglesia ha perdido sus frescos, la sabanilla de altar cuelga desgarrada, y algún animal salvaje, huyendo espantado del tabernáculo, del cual había hecho su refugio, ha derribado las pequeñas imágenes de madera; la alameda ha perdido su alegría y su animación, y en el cementerio el padre espera en vano a su hijo, la madre a su hija, el abuelo a su nieto; sorprendiéndose en su tumba al no oír remover la tierra en torno suyo y se preguntan: ¿Qué pasa en lo alto? ¿Es que ya no hay muerte?"


El Poder de la Palabra
epdlp.com