Adam Bede (fragmento)George Eliot
Adam Bede (fragmento)

"No pudo contener un ligero estremecimiento, pues recordó con cuánta frecuencia su madre le había dicho que se oye ese ruido cuando alguien va a morir. Adam no era supersticioso, pero por sus venas corría la sangre de los campesinos y de los artesanos, y un campesino no puede evitar creer en ciertas supersticiones, lo mismo que un caballo no puede evitar el temblor de su cuerpo cuando ve un camello. Además, su mente ofrecía la curiosa combinación de humillarse en la región del misterio y de ser muy activa, fría y razonable en la del conocimiento. La profundidad de su reverencia era tan grande como la de su sentido común, y muchas veces contenía los argumentos espiritualistas de Seth diciéndole: «Si, hay grandes misterios y tú apenas conoces una mínima parte de ellos». Y así se daba el caso de que Adam era, a la vez, sagaz y crédulo. Si se desplomara una casa recién construida y le hubiesen dicho que ello se debía a un castigo divino, él habría contestado: «Puede ser, pero la inclinación del tejado y de las paredes no era la debida; de lo contrario, eso no habría ocurrido». Sin embargo, creía en los sueños y en los pronósticos, y hasta el día de su muerte se sentiría inundado de un sudor frío cuando refiriera la historia de la varita de sauce que había llamado a su puerta esa noche.
[...]
En realidad, Adam no dudaba de que su padre estaba muerto, pero comprendió que el único modo de contener el dolor de su madre consistía en procurar que se ocupase de algo que le infundiera esperanzas.
Volvió al lado de Seth y los dos hijos levantaron la triste carga en sucio y con los corazones apenados. Aquellos ojos abiertos y vidriosos grises como los de Seth, más de una vez habían contemplado odiosos a los mismos muchachos ante los cuales Mathias inclinaría la cabeza impulsado por la vergüenza. Los sentimientos principales de Seth eran el sobresalto y el dolor por la repentina muerte de su madre, pero Adam recordaba los tiempos pasados y sentía a la vez compasión y cariño. Cuando llega la muerte, la gran reconciliadora, jamás nos arrepentimos de nuestra ternura, sino de nuestra severidad. "



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