Historias de un zascandil (fragmento)Ludwig Thoma
Historias de un zascandil (fragmento)

"Desde mi cuarto se veía el jardín de los Vollbeck, porque la parte de atrás de nuestra casa daba a la Korngasse.
Cuando estaba yo por la tarde haciendo mis ejercicios para la clase del día siguiente veía al señor consejero Vollbeck y a su esposa sentados a la hora del café, y oía casi todo lo que hablaban.
Preguntaba él siempre: ¿Dónde está metida nuestra Margarita? Y ella contestaba todos los días: ¡Ay, Dios mío! La pobre criatura está siempre estudiando.
A mí, en aquella época, lo mismo que hoy, no me cabía en la cabeza que nadie pudiera estudiar por gusto, privándose con ello de merendar o de cualquier otra cosa. Sin embargo, aquello me producía una gran impresión, aunque nunca lo confesaba.
En el instituto hablábamos a menudo de Margarita Vollbeck, y cuando alguno decía que sólo era un ganso estúpido, que trataba de hacerse la interesante, yo jamás la defendía.
También en casa me expresé una vez desdeñosamente acerca de este ser femenino que, probablemente, ignoraba el arte de zurcir unas medias, pero que, en cambio, se atiborraba el magín con toda clase de conocimientos.
Mi madre me interrumpió con la observación de que daría gracias a Dios si cierto señorito fuese la mitad de aplicado que aquella inteligente muchacha, que sólo alegría proporcionaba a sus padres y que, seguramente, no llevaría nunca a su casa notas tan vergonzosas como las de aquél.
Odiaba yo las alusiones personales, y por tanto, evité en lo sucesivo llevar de nuevo la conversación hacia tema tan desagradable.
Mi madre, en cambio, no tenía el mismo miramiento, y a menudo me excitaba a tomar ejemplo de Margarita Vollbeck.
No lo hice así, y en Pascuas llevé a casa una hoja de estudios que no se podía enseñar ni aun a los parientes más próximos.
Se me amenazó con ponerme de aprendiz de zapatero, y al no mostrar yo ninguna aversión por este honrado oficio, llegaron a hacerme por ello violentos reproches.
Los días siguientes fueron muy poco divertidos, y en casa todos se esforzaban en tratarme de tal modo que yo no podía disfrutar a gusto de nada.
Mi madre acabó por decir que sólo veía un medio para traerme al buen camino, y era el trato con Margarita.
Tal vez la muchacha consiguiera influir beneficiosamente sobre mí. El señor consejero Vollbeck había dado su consentimiento a nuestro mutuo trato, y yo debía prepararme para ir aquella tarde con mi madre a su casa.
La cosa me era desagradable. Cuando uno es alumno del Instituto no le encuentra tanto gusto a tratar con muchachas como después, y además, abrigaba yo un fundado temor de que resaltasen demasiadociertos contrastes, pero no hubo remedio; tuve que ir. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com