Las estaciones (fragmento)Volodymyr Drozd
Las estaciones (fragmento)

"Él era un demonio ordinario de la variedad doméstica: un duende pequeño y peludo de pelo con cuernos semejantes a verrugas y ojos ardientes. Él vivía en el ático de una antigua casa de cinco pisos, en un oscuro rincón entre la chimenea de la sala de calderas y un canal oxidado, en el que se guarecía cuando el techo estaba goteando.
Era tan antiguo como el mundo y sabía que iba a vivir tanto como él. Esa vida sin límites, eterna, hizo que el duende adquiriera un carácter taciturno y circunspecto.
Nada le sorprendía, porque había visto de todo. Nunca se apresuraba porque podía prever el futuro. La madeja del futuro pesaba sobre su mente, como hilos de una madeja interminable, día tras día, a la salida y a la puesta de sol, bajo el telar universal. No podía pensar en nada durante días y noches. El tiempo para él se había materializado de tal forma que podía tocarlo, como el agua de un río en verano o una ráfaga de aire caliente. Se sumergía en esa corriente desde hacía tiempo y eso le hacía feliz.
Por la tarde, al duende le gustaba sentarse en el campanario, coronado por una veleta que se había oxidado hacía ya mucho tiempo y que mostraba cómo el viento del sur esclavizaba la animada ciudad bajo sus pies. En ese hormiguero de ladrillos había un bullicio constante de personas, coches e incluso raquíticos árboles. La gente siempre iba de prisa, como si se persiguieran unos a otros, empujados hacia las aceras por los autos que obstruían el movimiento de los viandantes. Mientras tanto, el sol se enfriaba y se tornaba púrpura, infundiendo un color rojo profundo a los techos nevados, reflejando un resplandor de color rojo rubí en los cristales, como si los fuegos rugieran en las estufas más allá de las ventanas. "



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