Últimas cartas (fragmento)Tomás Moro
Últimas cartas (fragmento)

"Mi querido Erasmo, no todos somos Erasmo. Los demás hemos de contentarnos con la esperanza de que recibiremos el maravilloso talento que Dios te ha concedido casi de manera única en toda la humanidad. ¿Quién se atrevería a prometer lo que tú consigues? A pesar de estar abrumado con el peso de tus años y el constante padecimiento de dolencias que serían agotadoras y opresivas en un joven lleno de salud, nunca a lo largo de toda tu vida has dejado de informar a todo el mundo con publicaciones excepcionales;
parece que ni el peso de los años ni la mala salud pudieran de ninguna manera disminuir ese proceso. Este solo hecho es, a juicio de la gente, como un milagro; pero se engrandece todavía más y de forma sorprendente porque el ejército de críticos vocingleros que te rodea y te ataca no ha conseguido disuadirte de seguir publicando, aunque al parecer tienen suficiente poder para aplastar el corazón de un Hércules. Tales individuos están siempre irritados contigo porque envidian tus talentos incomparables y tu erudición, aún más grande que éstos. Se dan cuenta de que esas cualidades únicas de dones innatos y de trabajo intenso están muy lejos de su alcance; y a pesar de todo, casi reventando de envidia, no pueden soportar ser muy inferiores a ti. De ahí que, por supuesto, se pongan de acuerdo y se empeñen con todas sus fuerzas, por medio de un incesante abuso personal, en hacer lo posible para arrojar tu honor, tan elevado, a su vergonzoso nivel. Sin embargo, cargando esta roca de Sísifo a lo largo de todos estos años, ¿qué han conseguido con sus estériles y perversos esfuerzos sino que la misma roca cayera una y otra vez, rodando sobre sus propias cabezas? Tú, mientras tanto, te has mantenido en alza, sobresaliendo más y más. ¿Y qué importa, de verdad, que en alguna ocasión hasta hombres buenos y de cierta educación se hayan sentido molestos porque, en su opinión, quizá has tratado algún punto con poca inhibición? Al fin y al cabo, todo escritor es culpable de eso, incluyendo tus propios críticos, que, mientras difamaban tus obras, no pudieron abstenerse de cometer el mismo error; un error que, en este caso, era demasiado obvio para personas de su distinción y que se da con excesiva frecuencia en cualquier tipo de escrito. Mucha menos razón hay para excusarlos, porque conocen, ciertamente, la clara confesión que hiciste antes de que surgieran estas pestíferas herejías que ahora se extienden como un fuego salvaje, causando una enorme desolación. Reconociste haber tratado algunos puntos con poca moderación; pero si hubieras sido capaz de prever el nacimiento inmediato de estos enemigos traidores de la religión, hubieras examinado esos mismos puntos con más delicadeza y de forma más sosegada. Hiciste entonces algunas afirmaciones muy graves, pero que habían sido motivadas por los defectos de ciertas personas—defectos muy opuestos a los tuyos—, a los que esa gente se abrazaba como si fueran virtudes. "



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