Roxana o la cortesana afortunada (fragmento)Daniel Defoe
Roxana o la cortesana afortunada (fragmento)

"Después, volvió todavía varias veces a propósito de mi asignación, pues era necesario cumplir con ciertas formalidades para que pudiese cobrarla sin tener que solicitar cada vez el beneplácito del príncipe. No comprendí del todo los detalles de la operación, que tardó en llevarse a cabo más de dos meses, pero, en cuanto estuvo todo arreglado, el mayordomo pasó una tarde a verme y me dijo que su Alteza tenía pensado pasar esa noche a visitarme, aunque deseaba ser recibido sin ceremonias. Preparé no sólo mis habitaciones, sino a mí misma, y me aseguré de que a su llegada no hubiera nadie en la casa, a excepción de su mayordomo y Amy. Le pedí al mayordomo que informara a su Alteza de que mi doncella era inglesa y no entendía ni una palabra de francés, y además era persona de confianza. En cuanto entró en mi habitación, me arrojé a sus pies antes de que pudiera saludarme, y con palabras que había preparado de antemano, llenas de devoción y respeto, le agradecí su generosidad y la bondad que había demostrado con una pobre mujer desconsolada y oprimida por el peso de tan terrible desgracia, y me negué a levantarme hasta que me permitiera el honor de besarle la mano.
-Levez vous done-dijo el príncipe tomándome entre sus brazos-, tengo pensado haceros más favores que esta nadería. En el futuro encontraréis un amigo donde no lo buscasteis. Me propongo demostraros lo amable que puedo ser con alguien a quien tengo por la criatura más agradable de la tierra. -Yo llevaba una especie de medio luto, me había quitado el velo y, aunque todavía no llevaba cintas ni encajes, me había peinado de modo que me favoreciera todo lo posible, pues empezaba a comprender cuáles eran las intenciones del príncipe, que declaró que yo era el ser más hermoso del mundo-. ¿Dónde he estado hasta ahora-dijo-, y qué mal me han servido, que hasta ahora nadie me había mostrado a la mujer más bella de Francia?
Aquél era el mejor modo de acabar con mi virtud, si hubiese tenido alguna, pues los continuos halagos me habían vuelto muy vanidosa y cada día estaba más enamorada de mí misma.
Después me dijo algunas cosas muy amables y se sentó a mi lado una hora o más. Luego se levantó, abrió la puerta de par en par, llamó al mayordomo por su nombre y exclamó:
A boire!
Enseguida el mayordomo trajo una mesita cubierta con un hermoso mantel de damasco. Aunque era una mesa lo bastante pequeña para poder ser transportada entre las manos, colocó sobre ella dos botellas, una de champán y la otra de agua, seis bandejitas de plata y varios dulces en un servicio de porcelana fina, sobre un soporte de unos cincuenta centímetros de altura, debajo puso dos perdices asadas y una codorniz. En cuanto el mayordomo terminó de colocarlo todo, el príncipe le ordenó que se retirara y dijo:
-Y ahora permitidme cenar con vos. -Cuando se fue el mayordomo, me levanté y me ofrecí a servirle la comida a su Alteza, pero él se negó en redondo y exclamó-: No, mañana volveréis a ser la viuda del señor..., el joyero, pero esta noche seréis mi amada. Así que volved a sentaros y comed, o me levantaré yo mismo a serviros.
Pensé en llamar a mi doncella, pero no me pareció apropiado, así que me excusé y le respondí que, puesto que su Alteza no quería que nos sirviera su criado, imaginaba que tampoco desearía que lo hiciese mi doncella, y que, si me permitía a mí servirle, sería para mí un honor llenarle la copa de vino, pero una vez más no quiso ni oír hablar del asunto, así que nos sentamos a comer.
-Y ahora, señora -dijo el príncipe-, permitid que deje mi rango de lado y hablemos con la libertad con la que se hablan los iguales. Mi elevada posición os distancia de mí y os vuelve ceremoniosa. Sin embargo, vuestra belleza os eleva a tanta altura que debería hablaros como los amantes a sus amadas, aunque, como no conozco ese lenguaje, tendré que contentarme con deciros lo mucho que me agradáis, lo que me sorprende vuestra belleza y que tengo el propósito de haceros feliz y de ser feliz en vuestra compañía.
Me quedé un rato sin saber qué contestarle, me sonrojé, alcé la mirada y le respondí que ya me hacía muy feliz gozar del favor de una persona tan encumbrada y que lo único que quería de su Alteza era que me considerase infinitamente en deuda con él. "



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