Los Maia (fragmento)José María Eça de Queiroz
Los Maia (fragmento)

"De repente Sintra se le antojó intolerablemente desierta y triste. La faltaron fuerzas para volver al palacio, para salir de allí. Quitándose los guantes, dando vueltas alrededor de la mesa del comedor, en la que se marchitaban los ramos de la víspera, sintió un deseo desesperado de lanzarse al galope hacia Lisboa, de plantarse en el Hotel Central, de invadir su habitación, de verla y saciar los ojos en ella... ¡Porque nada le irritaba tanto como no poder encontrar, en la apretura de Lisboa, donde uno se iba dando codazos con todo el mundo, a aquella mujer a la que buscaba desesperadamente! Hacía dos semanas que recorría el Aterro como un perro vagabundo. Había peregrinado ridículamente de teatro en teatro. ¡Incluso una mañana de domingo la había buscado por las iglesias! Pero no había vuelto a verla. Se había enterado de que estaba en Sintra, y hasta Sintra se había llegado, pero nada. Ella se había cruzado con él una tarde, bella como una diosa caída del cielo sobre el Aterro, le había dedicado una de sus miradas negras, y después había desaparecido, se había evaporado, como si hubiera regresado a los cielos, de ahora en adelante invisible y sobrenatural. Y allí se había quedado él, con aquella mirada en el corazón, que perturbaba todo su ser, orientando sordamente sus pensamientos, sus deseos, su curiosidad, toda su vida interior, hacia una adorable desconocida de la que no sabía sino que era alta y rubia y que tenía una perrita escocesa... ¡Es lo que sucede con las estrellas fugaces! No son de una esencia diferente ni contienen más luz que las demás, pero al pasar veloces y desvanecerse, el deslumbramiento que originan es mayor y más duradero. "


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