Salambó (fragmento)Gustave Flaubert
Salambó (fragmento)

"Amílcar había pensado que los mercenarios lo esperarían en Utica o que volverían sobre él, y comprendiendo que sus fuerzas no eran suficientes ni para atacar ni para resistir, se dirigió hacia el sur, por la orilla derecha del río, lo que le puso inmediatamente a cubierto de cualquier sorpresa. Quería, dando al olvido primero su rebelión, apartar a todas las tribus de la causa de los bárbaros, para luego, cuando los tuviera aislados en medio de las provincias, caer sobre ellos y exterminarlos.
En catorce días pacificó la región comprendida entre Rucaber y Utica, con las ciudades de Tignicaba, Tesurah, Vaca y otras de occidente. Zunghar, edificada en las montañas; Asuras, célebre por su templo; Yerado, rica en enebros; Taphitis y Hagur le enviaron embajadas. Las gentes de la campiña llegaban con las manos llenas de víveres, imploraban su protección, besaban sus pies y los de los soldados, y se quejaban de los bárbaros. Algunos venían a ofrecerle, en sacos, cabezas de mercenarios muertos por ellos, según decían, pero que en realidad las habían cortado de los cadáveres, pues muchos se habían perdido al huir y se los encontraba muertos en los olivares y viñedos.
Para deslumbrar al pueblo, Amílcar, desde el segundo día de la victoria, había enviado a Cartago los dos mil cautivos hechos en el campo de batalla. Fueron llegando por compañías de cien hombres cada una, con los brazos atados a la espalda a una barra de bronce que les llegaba a la nuca, y los heridos, desangrándose, corrían también cuando los azuzaban a latigazos los jinetes que iban detrás de ellos.
¡Aquello fue un delirio de alegría! Se afirmaba que habían muerto seis mil bárbaros y que la guerra había terminado, pues los demás no resistirían; se abrazaban en las calles, y se frotó con manteca y cinamomo el rostro de los dioses pataicos en acción de gracias. Estos, con los ojos grandes, su vientre abultado y los brazos levantados hasta los hombros, parecían vivir bajo su pintura reciente y participar del alborozo del pueblo. Los ricos dejaban abiertas las puertas de sus casas; la ciudad retemblaba a los sones de los tamboriles; todas las noches se iluminaban los templos, y las sacerdotisas de la diosa, bajando a Malqua, levantaron tablados de sicómoros en las esquinas de las principales encrucijadas, en los que se prostituían. Se votaron concesiones de tierras para los vencedores, holocaustos a Melkart, trescientas coronas de oro para el sufeta, y sus partidarios proponían que se le otorgasen nuevas prerrogativas y honores.
Había solicitado este de los ancianos entablar negociaciones con Autharita para canjear contra todos los bárbaros, si era preciso, al viejo Giscón y a los demás cartagineses detenidos con él. Los libios y los nómadas, que componían el ejército de Autharita, apenas conocían a aquellos mercenarios, hombres de raza italiana o griega; y como la República le ofrecía tantos bárbaros a cambio de tan pocos cartagineses, pensaron que los primeros no valían nada y estos mucho. Teniendo una celada, Autharita rehusó. "



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