El temblor (fragmento)Martin Mosebach
El temblor (fragmento)

"No podía imaginarse mayor contraste que el que existía entre ambos hermanos. Gopalakrishnan Singh era también un hombre guapo, pero de un modo más corriente que su hermano; su cabeza, grande y bien formada, tenía rasgos bien definidos y regulares, además de un pelo que ya empezaba a platearse y a ralear. Era de alta talla, como su hermano, pero parecía no encontrarse a gusto en esa estatura. Se mantenía inclinado hacia delante, alzando los hombros y escondiendo la cara como si continuamente estuviera desplazándose por pasillos bajos, cuando el hecho era que habitaba una casa cuyo techo más bajo tenía siete metros de alto.
Gopalakrishnan Singh se moría de frío cuando la temperatura, como en ese momento, bajaba a dieciséis grados centígrados. Llevaba una gruesa cazadora y un fular, y no se lo quitaba ni para comer. Mientras que para su hermano el gobierno sobre los cuerpos y las almas de Sanchor empezaba por el gobierno del propio cuerpo, una idea que se le había sugerido desde su más temprana infancia mediante el ejemplo tomado de un breviario de príncipes-"Innecesariamente", solía observar al respecto; "yo lo llevaba en mis venas"-, en cambio para Gopalakrishnan Singh su cuerpo era un extraño con el que nunca podía llegar a entenderse sin enojos. Los pasos del rey eran elásticos y seguros, y le gustaba lucirlos como un adolescente deportista; pero su hermano encontraba en cada paso una dificultad infinita, y caminar era para él una tarea jamás resuelta por completo que siempre volvía a presentarle sorpresas. Las plantas de sus pies tendrían posiblemente una piel suave como el terciopelo y rosada como la de un recién nacido, pero en cuanto se hallaban en los zapatos le dolían y sufrían con cada paso. El Príncipe Gopalakrishnan Singh andaba como si pisara sobre huevos, lanzando alrededor miradas de tormento hasta que se dejaba caer en algún sillón. Pese a su buen porte, era también algo regordete. Los cuadros de su camisa de algodón esconderían seguramente una tripita noble de grasa, aunque el príncipe, según pude ver los días que siguieron, observaba los ayunos rituales del lunes, comía normalmente poco y, sobre todo, prescindía de la carne, recalcando al respecto, eso sí, y mientras lanzaba en torno una mirada muy significativa, que no era ningún precepto religioso lo que le apartaba del disfrute de la carne: sino su propia cabeza, que en esta cuestión sabía imponer su voluntad. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com