Geishas rivales (fragmento)Nagai Kafu
Geishas rivales (fragmento)

"Komayo, con su paso menudo y rápido, se fue por la derecha del pasillo a su asiento. Mientras, Yoshioka empezó a tomar la dirección contraria también con paso rápido; pero de pronto, como si le hubiera ocurrido algo, se detuvo y volvió la cabeza. En el pasillo sólo deambulaban una joven acomodadora y una vendedora. No había ni rastro de Komayo. Se sentó entonces en uno de los bancos del pasillo, encendió un puro y se puso a divagar sobre los sucesos de siete u ocho años antes... Se había licenciado a los veinticinco años y, después de irse a Occidente, donde pasó dos años, entró en la empresa en la que estaba empleado ahora. Desde entonces, en esos seis o siete años-ahora que lo pensaba bien- había trabajado de firme en la misma compañía. Había invertido en bolsa y amasado una pequeña fortuna. Se había labrado, además, una posición social.
También lo había pasado bien; y-pensaba Yoshioka- había bebido bastante, aunque sorprendentemente su salud no se había resentido. Como decía con orgullo a las personas de su entorno, era, en suma, una persona muy ocupada: sin tiempo siquiera de pensar, ni una sola vez, en aquellos días ya lejanos. Pero esa noche en que por un puro azar acababa de reencontrarse con esa mujer que lo había introducido en el mundo de las geishas cuando él no era más que un simple estudiante, los viejos recuerdos, sin saber bien por qué, parecían rebullir y agolpársele por primera vez en la memoria.
En aquellos largos años en que no sabía nada, la simple existencia de las geishas le parecía envuelta en un hechizo misterioso e irresistible. Cualquier palabra de una de esas mujeres lo embargaba de una felicidad indescriptible. Hoy, por mucho que lo intentara, ya no podía recuperar aquella sensación ingenua y pura de entonces.
Cuando desde el escenario llegaron a sus oídos las notas del samisén, le vino a la memoria la primera vez que fue al barrio tokiota de Shinbashi. Hoy este recuerdo le parecía tan grandioso que, sin querer, una sonrisa se dibujó en sus labios. Tampoco pudo evitar sentirse un poco extraño al pensar que ahora era un hombre curtido en ese campo donde florecían diversiones de todos los colores. Incluso, al reflexionar en la astucia y el cálculo que adoptaba en su relación con la gente, llegó a sentir cierta incomodidad. "Me he servido de la astucia hasta en ese campo... pero también he sido demasiado exigente con los detalles..." Ahora lamentaba haber llegado por primera vez a este conocimiento de sí mismo.
Podía ser completamente cierto. En su empresa, a Yoshioka le habían confiado un puesto importante, el de jefe de departamento de ventas, a pesar de no llevar en ella ni diez años. El presiente y los gerentes lo valoraban como un empleado dotado de gran talento para los negocios. Por otra parte, sin embargo, no podía decirse que gozara de popularidad entre sus compañeros y subordinados.
Hacía unos tres años que mantenía una geisha de nombre Rikiji, la cual trabajaba por su cuenta e incluso poseía su propia agencia de geishas, llamada Minatoya, en el mismo barrio de Shinbashi. Pero Yoshioka no era el típico danna que podía ser manejado como a su mantenida le diera la gana. Para empezar, sabía-porque lo veía con sus propios ojos- que las facciones de Rikiji no eran bellas. Pero era una mujer que dominaba su oficio a la perfección y que en todas partes era reconocida como una neesan. Para un hombre como Yoshioka, cuyo trabajo le exigía una vida social intensa, era conveniente mantener a una o dos geishas a las que confiar los banquetes y agasajos a clientes. Fingiendo estar enamorado de Rikiji, lograba reducir gastos innecesarios.
Tenía, además, otra mantenida. Era la dueña de un machiai llamado Murasaki que por su aspecto no desdecía en aboluto del barrio en que estaba situado, en Hamacho, el centro de Tokio. Un día, Yoshioka, dominado por el síntoma habitual de quien empieza a cansarse de las geishas, se echó a las espaldas una responsabilidad mucho mayor cuando, bajo los efectos del alcohol, sedujo a esta mujer que entonces trabajaba de camarera en un restaurante del barrio de Daichi. Cuando recuperó la sobriedad, se arrepintió de lo sucedido, temeroso de que las geishas que coincidían con él en fiestas se enteraran de que había tenido una relación con una humilde camarera. En este caso, fue ella la que intentó sacar partido. Con la promesa por parte de ella de ocultar discretamente el suceso y evitarle así complicaciones posteriores, Yoshioka accedió a poner secretamente a su disposición un capital suficiente para que abriera ese establecimiento, el machiai Murasaki. Por fortuna, el establecimiento se hizo con una nutrida clientela hasta tal punto que diariamente sus salones no daban abasto para responder a la demanda. En tales circunstancias, hubiera sido absurdo no frecuentar ese machiai después de haber invertido en él un capital importante. Así que Yoshioka empezó a ir allí al principio a tomar algo, hasta acabar recayendo en la relación clandestina con la dueña. Esta mujer, que este año cumplía treinta años, estaba dotada de generosas curvas y de un cutis blanco. Aunque podía decirse, naturalmente, que era refinada comparada con las mujeres ajenas al mundo del entretenimiento, al lado de las geishas resultaba bastante tosca y producía cierta sensación de espesa gravidez. En otras palabras, su aspecto físico y su personalidad fuerte, comunes en las camareras que pululaban en el mundo de las geishas, estimulaban no el espíritu de Yoshioka, sino, como había ocurrido el día de la borrachera, simplemente su apetito carnal. Era una relación desigual de la que se arrepentía nada más consumarla físicamente, pero en la que recaía poco después.
Así, una y otra vez, con recaídas y arrepentimientos, se mantenía este lazo insatisfactorio que, sin embargo, presentaba visos de ser inquebrantable. "



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