Cuentos de Galitzia (fragmento)Andrzej Stasiuk
Cuentos de Galitzia (fragmento)

"En el paisaje de un mundo agonizante, entre despojos de máquinas y mecanismos inertes, a mitad de camino entre una sembradora oxidada y una fragua muda y fría, su figura conserva la movilidad. Tiene cuarenta y pico años, pero es viejo. Data de los tiempos del paraíso.
—¡Tío! Que si trae el cemento, que si llévate la lana, que si vete a por abono, a por gasóleo… Los clientes hasta se pegaban, porque en aquel entonces quien iba de autónomo, se llevaba antes unas leches que un saco de cemento.
Y aquí a nadie se le daban bien las cuentas. El viejo tampoco podía decir nada como no te pillase con las manos en la masa. ¿Echarme? Y quién le hubiera venido aquí, hasta esta Ucrania. Y ahora…
Se encoge de hombros, señala el remendado asiento y arranca, inocente como un ángel, como un niño, como un ser de cuando Dios aún deliberaba sobre el concepto del pecado.
Los desheredados viven en el presente. Si acaso poseen algún pasado, se trata de un recuerdo, de algo igual de indefinido que el futuro.
Había ido a parar allí desde los alrededores de Limanowa. No por decisión propia. Lo trajeron sus padres cuando tenía pocos años. En medio de aquel yermo pudo observar y memorizar la creación del mundo. La realidad del PGR era el universo. Allí se nace, se vive y se muere. Nada de ocho horas en la fábrica, un trayecto en tranvía y después la intimidad del hogar. Las mismas caras en el trabajo, las mismas en el camino embarrado que hace las veces de paseo, plaza mayor, lugar de escarceos amorosos y reyertas. Nunca viene nadie nuevo, a veces alguien se va. Incluso el cuartel es provisional, pues en él se espera a que pase el tiempo de paz.
¿De qué memoria estarían dotados los primeros seres humanos? Supongo que sería inversamente proporcional a su libertad. Esta correlación, más que cualquier otra, nos aproxima a los animales.
En cierta ocasión, de camino al bar, le pregunté para qué llevaba en la manga aquella palanqueta.
—Yo allí no los conozco a todos. No se sabe quién es amigo y quién enemigo.
Una vez me lo encontré en la cuneta, durmiendo a pierna suelta en su tractor escorado. Solía dormir allí donde le entraba el sueño.
Así pues, entregado por completo a los sentidos y a la cautela, al razonamiento instantáneo para salir del paso.
«Cuando comas, come. Cuando bebas, bebe». Son los consejos que dan los maestros zen a sus discípulos. Probablemente provocarían en Józek sincera hilaridad. Los maestros pierden un montón de tiempo en descubrir las verdades fundamentales. Pero incluso él practicaba la reflexión si le podía proporcionar consuelo.
Un día me lo encontré en el bosque. Sentado en su tractor, pisaba a fondo el acelerador y se iba hundiendo lentamente en la ciénaga. Con optimismo ebrio confiaba en escapar del abismo fangoso, aunque el barro ya se le metía en las katiuskas. "



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