El silencio del aviador (fragmento)Paul Nothomb
El silencio del aviador (fragmento)

"Al escuchar estas palabras, Atrier sonrió. En parte, porque había tomado la decisión de sonreír ante cualquier pregunta de ese tipo; y en parte, también, porque ya no sabía exactamente de qué le estaba hablando su interlocutor. Lo que se estaba preguntando a sí mismo en ese instante no era si el piloto, allí afuera, estaba o no «acabado», sino si ante sus propios ojos iba a...
Precisamente el frágil ruido del motor resonó una vez más. Atrier escudriñó el cielo. Tardó un poco en dar con lo que buscaba. ¡Al dar la vuelta el pequeño avión apenas había tomado altura! Casi en el horizonte estaba sobrevolando la llanura muy bajo a una distancia prudencial. En esa posición volaba perpendicular al viento y aparecía de perfil como si fuera un gran saltamontes. Viró luego noventa grados en dirección al viento, asemejándose entonces a un pájaro: al superponerse, los dos planos sustentadores se confundían en uno solo. Atrier dedujo que el avión estaba realmente lejos, pero también... ¡que ya estaba iniciando el descenso! ¡A más de un kilómetro de la pista! Y a menos de veinte metros del suelo: pura locura... Sin duda, después de los anteriores intentos, era comprensible la obsesión del piloto por no volver a fallar en la toma de tierra y aterrizar a cualquier precio...
Pero el vacío de su estómago le hizo sentir a Atrier lo que iba a suceder. En balde sus reflejos gritaban: «Afloja la mano, da gas»; sabía que ya nada podía hacerse. El avión allí, y este ruso aquí, pensó. Cada uno de nosotros sordo respecto a los demás, inalcanzable. Cada uno, inexorablemente, dejándose llevar por sus propias inclinaciones. Hasta el día en que...
Al llegar casi al suelo—¡demasiado corto, demasiado corto, oh, sí!—, el piloto quiso enderezar el rumbo (los planos sustentadores se diferenciaron por un instante), y el avión se engarabitó. Diez segundos más y vendría la pérdida de velocidad...
Ivanov apareció junto a la ventana, aunque en absoluto por curiosidad: juzgaba indigno de su «sangre fría bolchevique» prestar la más mínima atención al hecho de que el avión en prácticas estuviera una vez más en apuros. Pero como no se atrevía directamente a llamar al orden a Atrier, quiso al menos avergonzarlo, y se colocó ostensiblemente de espaldas al ventanal; el que toda esta maniobra le pasara inadvertida a Atrier lo enfureció. "



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