La leyenda de una casa solariega (fragmento)Selma Lagerlof
La leyenda de una casa solariega (fragmento)

"Hede sintió cómo el horrible desánimo que le había hecho perder la esperanza empezaba a alejarse de él. «Eres joven y fuerte—proseguía el violín—, capaz de luchar y pelear. Puedes retener aquello que quiere escaparse. ¿Por qué te muestras tan afligido y desalentado?».
Hede al principio tocaba con los ojos bajos, pero ahora alzó la cabeza para contemplar a los que le rodeaban. En el patio se había formado un pequeño grupo de niños y transeúntes que habían acudido a escuchar la música. Aunque no sólo habían venido por la música: el ciego y la niña lazarillo no constituían toda la tropa. Frente a Hede, se hallaba un personaje en leotardos y lentejuelas, que tenía sus desnudos brazos cruzados sobre el pecho. Tenía aspecto viejo y cansado, pero Hede no pudo evitar pensar que era un tipo enorme, con su ancho pecho y sus largos bigotes. Y al lado estaba su mujer, pequeña y regordeta y ya tampoco muy joven, pero radiante de felicidad, con sus lentejuelas y su falda de gasa meciéndose al viento.
Durante los primeros compases de la música permanecieron inmóviles, contando los tiempos. Al poco, se les formó una pequeña sonrisa en el rostro, se cogieron de la mano y, bailando, se colocaron sobre una pequeña alfombra de retales.
Hede reparó en que, durante todos los números acrobáticos que a continuación ejecutaron, la mujer se quedaba casi del todo quieta, mientras el hombre, solo, llevaba a cabo los ejercicios: saltaba por encima de ella, hacía la rueda a su alrededor, y daba volteretas sobre su cabeza. La mujer prácticamente no hacía otra cosa que tirar besos al público.
Pero la verdad es que Hede no les hacía mucho caso. El arco había comenzado a volar sobre las cuerdas, al tiempo que le recordaba la felicidad que proporcionan la lucha y la conquista. Casi parecía congratularle a él por estar en una situación tan delicada. Así que Hede seguía tocando, con creciente valor y esperanza, sin pensar en los viejos acróbatas.
Pero, de pronto, notó la inquietud de estos, que dejaron de sonreír y de lanzar besos al público.
El hombre dio un mal salto, y la mujer comenzó a mecerse al compás de la música. Hede tocaba cada vez con mayor ardor. Terminó El cazador furtivo y acometió una antigua melodía característica de un fauno de los torrentes, que solía volver loco a todo el mundo cuando se tocaba en una fiesta campestre. Los viejos acróbatas, mudos de asombro, perdieron por completo la compostura. Hasta que llegó un momento en que ya no pudieron resistirse. Cogidos del brazo, dieron un paso adelante y se pusieron a bailar el vals sobre la polícroma alfombra. "



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