El indiferente (fragmento)Marcel Proust
El indiferente (fragmento)

"Enseguida la indiferencia complacida con la que observaba sus encantos de aquella noche en los ojos deslumbrados que los reflejaban con una fidelidad absoluta se entremezcló con el pesar de que Lepré no la hubiera visto así. —Cuánto le gustan las flores —exclamó la Sra. Lawrence mirando su pechera. Sí que le gustaban, en el sentido trivial de que sabía lo hermosas que son y lo hermosa que la hacen a una. Le gustaba su belleza, su alegría, y también su tristeza, pero superficialmente, como una manifestación más de su belleza. Cuando ya no estaban frescas las tiraba como un vestido deslucido. De repente, durante el primer entreacto, Madeleine distinguió a Lepré en la platea, y unos instantes más tarde el general de Buivres, el duque y la duquesa de Aleriouvres se despidieron, dejándola sola con la Sra. Lawrence. Madeleine vio que Lepré hacía que le abrieran el palco.
—Sra. Lawrence —dijo—, ¿me permite que pida al Sr. Lepré que se quede aquí, visto que está solo en la platea?
—Por supuesto, y más aún porque voy a tener que irme dentro de poco, querida; recordará que me dio su permiso. Robert está algo enfermo. ¿Quiere usted que se lo diga a Lepré?
—No, prefiero hacerlo yo.
Durante el entreacto Madeleine dejó que Lepré hablara todo el rato con la Sra. Lawrence. Asomada al palco, observaba la sala y casi fingía no hacerles caso, pues estaba segura de que podría disfrutar más de su presencia luego, cuando estuviera a solas con él.
La Sra. Lawrence salió para ir a ponerse el abrigo.
—Le invito a quedarse conmigo durante este acto —dijo Madeleine con una cortesía indiferente.
—Es usted muy amable, señora, pero no puedo, tengo que irme.
—Pero voy a quedarme sola —dijo Madeleine con insistencia; y de repente, como queriendo poner en práctica de forma casi
inconsciente la máxima de coquetería contenida en la famosa frase: «Si no te quiero, me quieres», se corrigió:
—No, tiene usted razón, y si le están esperando no se retrase. Adiós, caballero.
Trataba de compensar con una sonrisa afectuosa la dureza que le parecía implícita en aquella despedida. Pero dicha dureza sólo se debía al deseo violento de que no se fuera y a la amargura de su desilusión. Dirigido a cualquier otro, aquella recomendación de que se fuera habría sido amable. "



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