Cuatro encuentros (fragmento)Henry James
Cuatro encuentros (fragmento)

"No la vi más que cuatro veces, pero las recuerdo con absoluta claridad; me causó una gran impresión. Me pareció muy guapa y muy interesante: un ejemplar conmovedor de una especie con la que había tenido otros, y quizá no tan encantadores, encuentros. Siento mucho saber que ha muerto, y no obstante, si lo pienso bien, ¿por qué lo habría de sentir? ¡La última vez que la vi, ella no estaba ni mucho menos...! Pero será mejor presentar nuestros encuentros por su debido orden.
El primero tuvo lugar en el campo, con motivo de una pequeña recepción, una noche de nieve de hará unos diecisiete años. Mi amigo Latouche, que iba a pasar la Navidad con su madre, había insistido en que lo acompañara, y la amable señora había dado en nuestro honor la fiesta de la que hablo. A mi modo de ver reunía todo el sabor y lo que cabe esperar de este tipo de actos; nunca había estado en la Nueva Inglaterra profunda durante aquella época del año. Había estado nevando todo el día y las conchestas de nieve nos llegaban a la rodilla. Me preguntaba cómo habían logrado llegar las señoras hasta la casa; pero deduje que precisamente eran aquellos rigores invernales los que hacían que una reunión que ofrecía el encanto de acoger a dos caballeros de Nueva York mereciese semejante esfuerzo desesperado.
Durante toda la velada, la señora Latouche me estuvo preguntando si «no quería» enseñar mis fotografías a algunas de las jóvenes. Las fotografías estaban en dos enormes cartapacios, y las había traído a casa su hijo, quien, como yo, acababa de llegar de Europa. Miré a mi alrededor y me sorprendió ver que la mayoría de las jóvenes tenían objetos de interés más absorbentes que el más vívido de mis heliograbados. Pero había una persona junto a la chimenea, sola, que contemplaba la habitación con una vaga sonrisita, con un discreto y velado anhelo que parecía, de alguna manera, contrastar con su aislamiento. La miré un momento y opté por ella. —Me gustaría enseñárselas a aquella joven.
—Oh, sí —dijo la señora Latouche—, es la persona ideal. No le interesa coquetear: hablaré con ella.
Respondí que si no le interesaba coquetear tal vez no fuera la persona ideal; pero la señora Latouche ya había andado unos pasos hacia ella y se lo había propuesto.
—Está encantada —vino a informarme mi anfitriona—, y es la persona ideal...tan callada e inteligente.
Y me dijo que la joven se llamaba Caroline Spencer, nombre con el que nos presentó.
La señorita Caroline Spencer, aun no siendo exactamente una belleza, no dejaba de ser una pequeña damisela de agradables formas. Rondaría los treinta años y tenía un cuerpo como de chiquilla y la tez de una niña. "



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