Me hallará la muerte (fragmento) "Antonio era mañoso para remendar juguetes desahuciados, casi tanto como para birlar carteras, pero ni un oficio ni otro le daban sino para vivir en tabucos de mala muerte y llenar las tripas con gallinejas y sardinas arenques; pues los juguetes dejaban poco margen de beneficio (y el poco que dejaban mermaba todavía más con los regateos del comprador tacaño), y las carteras había que birlarlas en sitios con mucho trasiego de gentes, cada vez más vigilados por la bofia, o bien en los tranvías o vagones del metro, donde si te pillaban in fraganti no había fácil escapatoria. Antonio apenas tenía veinte años, pero la conciencia de tiempo dilapidado lo abrumaba como una gangrena en perpetua expansión; y sabía que, si quería medrar en la mangancia antes de hacerse viejo, tendría que buscarse un compinche. Lo repateaba, sin embargo, asociarse con gentuza que, tarde o temprano, acababa desbarrando o perdiendo los estribos; y, más todavía, lo repateaba asociarse con una mujer, por razones confusas que no sabía si eran de desconfianza o excesiva reverencia hacia el sexo femenino. Pero para el plan que había maquinado necesitaba una compinche que, para más señas, fuese lozana y pimpolluda. Pues de lo que se trataba era de engatusar a esos ricachos paletos o provincianos que venían a la capital a cerrar sus negocios, hasta que a los muy bellacos se les embraveciera el bálano y, perdido el control de sus instintos, se dejaran llevar al huerto, un huerto convenientemente apartado donde Antonio pudiera pulirles la cartera reventona de billetes, y a ser posible también los gemelos de la camisa, el alfiler de la corbata, el reloj de saboneta y hasta la muda si se terciaba, dejando al barbalote como su madre lo trajo al mundo. Antonio anduvo buscando a la compinche idónea durante meses; pero las pocas mujeres que trataba eran demasiado toscas y gastadas, bien por el trabajo manual, bien por el comercio de entrepierna. Para desplumar a esos ricachos no le servían ni las fregonas ni las putas; tampoco, desde luego, esas mujeres que van por la vida de marquesas y pudibundas. Buscaba más bien el justo medio, la muchacha menesterosa pero todavía decente que, sin embargo, se mostrara ante el ricacho de turno dispuesta a perder (o siquiera a olvidar por un rato) su virtud, simulando que lo hacía a regañadientes, pero en el fondo engolosinada ante la expectativa de que tal pérdida u olvido la ayudasen a salir de la pobreza. " epdlp.com |