La historia sin límites (fragmento)Franz Josef Zlatnik
La historia sin límites (fragmento)

"Bertha era modista; Richard, oficial. La vio por vez primera en una mañana de principios de septiembre, cuando él, se hallaba sentado a la mesa y en medio de aquel tranquilo ámbito, el ruido de las ruedas de los carruajes o algún ladrido ocasional de un perro perturbaban la quietud matinal. La luz poco a poco se abría paso entre las villas, jardines y la solitaria carretera. El aire se mecía suave y ligero, dejando un extraño olor al dulce aliento de las flores, mientras un canario cantaba alegremente, como si fuera inconsciente del acercamiento del mes de mayo.
Entonces la vio. Una joven delgada que se acercaba a él desde el otro lado de la calle. Apenas pudo mirarla brevemente. Esta escena se repitió al día siguiente.
Richard se preguntaba qué hacía aquella joven allí, pero se sentía interiormente molesto a causa de su timidez y frustrado por su ignorancia.
Por la noche se fue a la cama a una hora inusualmente temprana. Yacía despierto, pensando. ¿Por qué no había sido capaz de abordarla gentilmente? ¿Por qué había sido tan cobarde? Sí, tal vez hubiera un buen motivo para ese apocamiento, pero temía perder el rostro amable de aquella joven y el encanto de la pureza espiritual que había adivinado en el virginal aliento de su ser. Ciertamente, no era la típica joven que acechan los dandis con la mera intención de profanar el templo de su juventud, amortiguando la desazón de sus ardientes corazones a través de numerosos coqueteos.
Y sin embargo, o mejor dicho precisamente por ello, Richard decidió probar suerte.
A la mañana siguiente, un día de fiesta, se la volvió a encontrar, pero esta vez en compañía de una anciana, quizás su madre.
Richar maldijo la inoportunidad e incomodidad de esta inesperada compañía y de inmediato tomó una decisión diferente. Saludó respetuosamente a las damas. La chica se sonrojó ligeramente y le agradeció su caballerosidad con voz apenas audible, mientras que la anciana parecía realmente alborozada. Después de un tiempo, nuestro héroe las siguió a cierta distancia hasta una vieja casa de los suburbios, donde desaparecieron ambas. Richard, que no era perezoso, se las arregló para indagar sobre su paradero y condiciones, y así supo que la joven se llamaba Bertha W y que estaba ocupada en aquella humilde casa como costurera de labores, viviendo con su madre, viuda, en aquel callejón. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com