El sonido de mi voz (fragmento)Ron Butlin
El sonido de mi voz (fragmento)

"Prolongabas la ansiedad, la angustia, todo lo que podías. Se trataba, y lo sabías, de un modo de medir el gozo que te iba a inundar inmediatamente cuando vislumbraras el blanco de la casa una vez más; tu casa al pie de la colina. Cuando paraba el coche salías corriendo. Tus padres sacaban la compra del maletero sin reparar en el milagro que estaba ocurriendo a su alrededor: te habías marchado de un lugar y habías vuelto exactamente al mismo. Todo lo que sabías de ti mismo se volvía a confirmar una vez más; la sensación de placer al hacer chirriar la puerta sin engrasar; el miedo al perro del jardín de al lado; aquellas enormes ganas de ir a recoger los huevos de las gallinas inmediatamente después. Devolviéndote a casa, tu padre había vuelto a restituirte a ti mismo. Mirabas cuanto te rodeaba y te resultaba familiar, y saludabas en silencio cada uno de sus rasgos; después le mirabas a él con sorpresa y gratitud. Él cerraba de golpe el maletero del coche y entraba en la casa.
Una tarde os llevó a ti y a tu madre a comer al campo. Condujo unos treinta kilómetros por Border Hills, las ventanillas abiertas para que entrara algo de aire. De vez en cuando tenía que parar para poder enfriar un poco el radiador del coche. La primera vez que sacó el tapón del radiador viste saltar pro el aire el agua hirviendo. Te pareció una maravilla.
-¿Vamos a hacer otra fuente?-Preguntabas esperanzado cada vez que paraba el coche. Tenías tres años y aún creías que te iba a contestar.
Por fin, tomó una carretera secundaria y subió los últimos kilómetros del trayecto hasta una granja abandonada. El coche quedó aparcado en el corral y los tres os bajasteis.
Allí hacía todavía más calor y no había ni un poco de brisa. Las paredes blanqueadas de aquellas edificaciones abandonadas parecían soltar más calor. Había ladrillos rotos y adoquines tirados por el corral que formaban pequeños túmulos cubiertos de malas hierbas y demás vegetación. En un rincón había una cosechadora abandonada cuya pintura se descarrillaba si la tocabas; al lado, por la hierba, había varios batidores de mantequilla, la mayoría volcados. Las ventanas y las puertas estaban rotas, y te encantaba mirar cómo entraban y salían volando de la casa los pájaros. Uno hasta se subió al marco de una ventana un instante y se puso a cantar. "



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