El tesoro de los eslavos del oeste (fragmento)Josef Wenzig
El tesoro de los eslavos del oeste (fragmento)

"En realidad no podía decirse que tuviera un aura especial trabajar como pinche en la cocina de la corte real, a pesar de poder ver impresionantes vestidos e incluso conocer a la hija del monarca, que era un año más joven que él, y de la que se había hecho amigo, por lo que no pasaba día en que la princesa no conversara con él en el jardín real.
Los consejeros del rey no aprobaban esta conducta filial. Una princesa y un vulgar pinche de cocina. El viejo rey finalmente aceptó las protestas de sus resabidos consejeros y le prohibió hablar con su hija. La princesa lloró amargamente porque lo quería mucho y no sabía cómo podría vivir sin poder hablar con su amigo. El rey pensó que al fin y al cabo eran niños y que con el tiempo todo seguiría su curso natural, así que permitió que continuara su amistad.
Los niños jugaban y nadie podía detener su afán. Poco a poco dejaron de ser niños, pero su amistad persistió y cada día era más y más fuerte. La princesa creció y se convirtió en una hermosa joven. Desde todos los rincones del mundo llegaron príncipes consortes. Resonaba continuamente la música en el palacio real y el entrechocar de las copas de delicioso vino, vertido en abundancia. La princesa podía escoger entre diez hijos de reyes, pero se apartó de todos ellos en cuanto pudo y se apresuró a hablar de nuevo con el pinche de cocina. Y cuando su padre le preguntaba a quien quería por esposo, le respondía que sólo deseaba como marido al joven de la cocina, al que había amado desde niña. El anciano rey se enojó. Una hija de un rey casada con un pinche de cocina. Era inconcebible. Convocó a su consejo. Los consejeros le aconsejaron matar al joven, pero el rey se negaba a asesinar a un inocente.
-Ilustre monarca, dijo el más sabio de los consejeros. Es necesario conservar el buen sentido. ¿Qué sentido tendría enviar a un mensajero al Sol y preguntarle por qué nos ilumina y por qué declina cada tarde? ¡Disfrutemos, mejor, del calor que nos otorga!
Este sabio consejo, que envolvía una metáfora acuciante, agradó al rey. "Quizás mi hija se olvide de él, si no lo ve en un tiempo". De inmediato convocó al muchacho a su presencia, le dio dinero y lo envió a buscar al sol.
La princesa se despidió de él con lágrimas en los ojos, con el corazón encogido por la pena y la angustia.
El joven caminó a través de desolados bosques por difíciles caminos, hasta que después de un largo recorrido por un país extranjero, habiéndose enterado un rey de sus propósitos, lo llamó, aprobó su noble tarea y le preguntó por qué él, ciego, no podía ver el sol en su ancianidad. Si podía responderle, le ofrecería la mitad de su reino. El joven prosiguió sin ver nada hasta que llegó al mar. "



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