Los Lamb de Londres (fragmento)Peter Ackroyd
Los Lamb de Londres (fragmento)

"Mary Lamb había observado con interés la lenta decadencia de su padre. Éste había sido un hombre de negocios rápido y eficaz en sus tratos con el mundo. Había dirigido sus asuntos como si estuviera en guerra con un enemigo invisible y cada noche regresaba a la casa de Laystall Street con actitud triunfal. Sin embargo, un anochecer retornó con la mirada demudada por el terror y se limitó a comentar que no sabía dónde había estado. Poco a poco empezó a desvariar. Había sido el padre de Mary; más tarde se convirtió en su amigo y, finalmente, en su niño. En apariencia, Charles Lamb no hacía caso del estado de su padre; lo evitaba siempre que podía y no hacía el menor comentario sobre su creciente incapacidad. Cada vez que Mary planteaba el tema, Charles la escuchaba con paciencia, pero no decía nada. Se negaba a abordar el problema.
A la espera del ponche de huevo, el señor Lamb se frotó las manos con impaciencia.
En cuanto su madre abandonó la estancia, Mary tomó asiento junto a su padre en el desteñido diván verde.
—Papá, ¿has cantado durante el oficio?
—El ministro se equivocó.
—¿En qué?
—En Worcestershire no hay conejos.
—¿No hay conejos?
—No... y tampoco panecillos.
La señora Lamb gustaba de pensar que había sabiduría en las divagaciones de su esposo, pero Mary sabía que no era así. De todos modos, ahora su padre le interesaba más que nunca; sentía curiosidad por las frases extrañas y azarosas que emitía. Era como si el idioma hablase por sí mismo.
—Papá, ¿tienes frío?
—Sólo ha habido un error en las cuentas.
—¿Supones que es eso?
—Un día memorable.
La señora Lamb regresó con un cuenco de ponche de huevo.
—Mary, querida, impides que el calor del fuego llegue a tu padre.
—La señora Lamb permanecía eternamente atenta, como si alguna cosa en este mundo estuviese intentando sin cesar eludirla—. ¿Dónde se ha metido tu hermano?
—Está leyendo.
—¡Vaya sorpresa! Señor Lamb, bebe con cuidado. Mary, ayuda a tu padre.
A Mary su madre no le caía demasiado bien. Era una mujer inquisitiva y fisgona o, al menos, eso le parecía; consideraba que su estado de alerta era una forma de hostilidad. En ningún momento se le cruzó por la cabeza la posibilidad de que se tratase más bien de una variante del miedo. "



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