El maestro de escuela (fragmento)Ignacio Manuel Altamirano
El maestro de escuela (fragmento)

"Al ver a este hombre, se me oprimió el corazón. Parecía la imagen de la tristeza, y de la angustia, en medio de aquella reunión alegre. Era el maestro un hombre como de cuarenta años, flaco, moreno, de ojos hundidos pero inteligentes, miserablemente vestido y trémulo. —Buenas tardes, señor cura; buenas tardes, niñas; buenas tardes, señor alcalde –dijo–, y después de este triple saludo, apenas pudo dirigirme una mirada de extrañeza. —Buenas tardes, don José María –respondió el eclesiástico–: vamos, hombre, hoy lo libertamos a usted del trabajo, y acompañará usted con la vihuela a las niñas, para que las oiga cantar este señor, que es un diputado que va a San Luis Potosí. Pero tome usted antes esta copita, es un vino muy bueno que quizá no habrá usted probado nunca. El maestro se negó humildemente. —Pero ¿por qué, hombre?, vamos: no sea usted tonto. —Señor –repuso el infeliz–, tengo miedo de que me trastorne la cabeza; no he comido. — ¿No ha comido usted?, ¿tan tarde? Pero habrá usted almorzado… —Tampoco, señor cura; aquí está el señor alcalde que puede decírselo a usted; no pudo darme nada, y mi familia tampoco pudo conseguir; nadie quiere prestarnos en el pueblo... ¡debemos ya tanto… que no nos es posible conseguir ni un grano de maíz!
—Bien, bien, hombre –dijo el cura medio corrido–, basta; pero, ¿por qué no me ha dicho usted nada, o a las niñas?
—Señor, estaba usted fuera, y yo me atreví a pedir a la niña doña Teresita, pero me dijo que no le era posible, ni a doña Lucesita, que estaba usted muy pobre, y…
—¡Ah que don José María! –Exclamó la comulgadora–, con lo que va saliendo… ¿qué dirá el señor?
—Pero, señor alcalde, ¿no es posible que este hombre tenga su sueldo pagado cumplidamente? –preguntó el cura medio enojado.
—Señor cura –respondió el alcalde levantándose–, había ya un poquito de dinerito del pueblo, pero su mercé mandó que lo diéramos para la función del martes, y no quedó nada, señor cura, nada.
—¡Bah!, ¡bah!, siempre salen ustedes con eso. Es preciso conocer a estos indios, señor diputado (el cura se permitía olvidar que yo era indio también) para saber a qué atenerse. ¡Son más agarrados!… siempre están llorándose pobres, y por una bicoca que dan a la Iglesia y a sus pobres ministros, ya tienen disculpa para faltar a sus otros deberes. A este pobre maestro lo matan de hambre verdaderamente, porque figúrese usted: tiene su mujer, cuatro hijos, una madre vieja, ¡y no cuenta con más sueldo que quince pesos al mes! También es una barbaridad meterse así a maestro de escuela; un hombre que tiene tanta familia, debe tomar otro oficio, y procurarse un modo de vivir mejor. Sobre todo, que dejen a estos indios, que ni quieren aprender nada, ni pagar a sus preceptores, ni aprovechan tampoco. Vea usted, hace más de cuarenta años que están pagando una escuela, y ninguno de ellos sabe leer. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com