En casa en la tierra "Conozco un país donde el día invernal sobre el mar es como el crepúsculo entre viejas tumbas. Aquí, frente a una cena de pan y pescado hay una vieja y delgada anciana sin carnes de manos venosas y dedos torcidos pero con un corazón rebosante de hermosas sonrisas. De nuevo estoy en casa. La leche sabe a heno y a humo de turba. La caldera bulle concienzuda sobre el fuego. Fuera cantan incomprensiblemente muchos millones de toneladas de agua. Fuera revolotean alegres bandadas nocturnas de estorninos invernales. Las ovejas descansan en el monte con rocío y aurora boreal en la lana. En la playa está la grulla en el mismo lugar y en la misma posición que en la época del faraón Pepi I. En el agua se pasean lotas y rapes por los bosquecillos de palmeras de algas saludando sin prisas con la cola al cangrejo. Y el anarrico -rojo anilina y verde hiel y violeta como una mano congelada y aciagamente negro azulado como gangrena en un pie y con lupus en el estómago y lepra en la espalda y con dos cánulas en la cabeza se ha pegado con su ventosa a una piedra del fondo, se ha agarrado con los dientes al planeta Tellus, y juega a que es una flor tan hermosa como la que más en el cielo y en el infierno. Y, ¿qué ocurre con la cría del picón que es tan pequeña como la coma más mínima del apocalipsis? Y, ¿qué pasa con la ballena, ese hijo grande y solitario de Dios, que estornuda tan confiada en lugares desolados? Ay madre, cuando estemos satisfechos de comer, de hablar, de reírnos y maravillarnos, nos vamos cada uno a lo nuestro: yo a mi cama, donde distraído abro la esclusa intemporal del sueño tú a tu tumba, donde susurra la hierba familiarmente con su voz de tiniebla y eternidad. " epdlp.com |