La velada en Benicarló (fragmento)Manuel Azaña
La velada en Benicarló (fragmento)

"La conservación de la vida no se asegura de una vez para siempre. No confunda usted las aventuras novelescas de su evasión con la realidad del peligro mismo. No le añaden nada. El destino no se presenta siempre con apariencias tan notables. Se muere tontamente, sin saber por qué. Hace meses se encontraba uno en las cunetas de este camino a los muertos rebozados en su propia sangre. De sobremesa o en mitad del sueño les habían pegado cuatro tiros. ¿Quién? ¿Por qué? Cuando nos toque a nosotros, seremos dos números en la estadística. Sin ninguna razón explicativa de nuestro destino. O admite usted la mía: que a los hombres como nosotros se les acaba el mundo. Sobramos en todas partes. El proceso eliminatorio se cumplirá, poco importa el modo. ¿Ley de la historia? Bueno. La historia es una acción estúpida. Ajena, cuando no contraria a la inteligencia humana. El hombre lo comprueba, lo padece y no puede más. Tal es la grandeza de su destino, según dicen. Eso nos diferencia de una caña. Envidio a la caña. Como no hay remedio, me forjo una moral adecuada a la quiebra de mi humanidad y recito mi papel hasta la última sílaba.
Anochecido, rinden viaje en el albergue ribereño del mar. Las brasas del poniente se enfrían, dejan nubes de ceniza.
Témpanos blancos en el caserío del pueblo. Entre huerto y jardín, unos olivos. La silueta abrupta de Peñíscola, desgajada de tierra. Calma chicha. Las piedras de la orilla paladean un rizo transparente que se explaya sin ruido ni espuma. Otros viajeros, en el albergue, reciben con asombro y alborozo a Miguel Rivera. El coloquio se prolonga durante la cena y la sobremesa. "



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