Mujercitas (fragmento)Louisa May Alcott
Mujercitas (fragmento)

"Avergonzado de su momentáneo enojo, Laurie le estrecho la mano con sinceridad, diciéndole:
-Yo soy quien necesita perdón; he estado de muy mal humor todo el día. Me gusta que me señales mis defectos como una hermana; no hagas caso si a veces estoy gruñón; te doy las gracias de todos modos.
Deseoso de expresar que no estaba ofendido, estuvo lo más agradable que pudo, devanó hilo para Meg, recitó poesías para dar gusto a Jo, sacudió piñas para Beth y ayudó a Amy con sus helechos, acreditándose como persona digna de pertenecer a la sociedad de "La abeja industriosa".
En la mitad de una discusión animada sobre las costumbres domésticas de las tortugas - con motivo de haber venido del río uno de estos amables animalitos -, el lejano sonido de una campanilla les avisó que Hanna había preparado el té y que con dificultad podrían llegar a tiempo para la cena.
-¿Puedo venir otra vez? -preguntó Laurie.
-Claro que sí, si te portas bien y eres aplicado, como dice la cartilla -contestó Meg con una sonrisa.
-Lo procuraré.
-Entonces puedes venir y te enseñaré a hacer calceta, como hacen los escoceses; ahora hay gran demanda de calcetines -añadió Jo, agitando el suyo como una bandera de lana azul, mientras se separaban.
Aquella noche, mientras Beth tocaba el piano para el señor Laurence, Laurie, de pie en la sombra de las cortinas, escuchaba al pequeño David, cuya música sencilla calmaba siempre su espíritu tornadizo y miraba al anciano que con la cabeza apoyada en la mano pensaba con ternura en la niña muerta que había querido tanto.
Acordándose de la conversación de la tarde, el chico se dijo con la resolución de hacer el sacrificio alegremente:
-Renunciaré a mi castillo y permaneceré con mi querido y viejo abuelo mientras me necesite, porque no tiene a nadie más que a mí. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com