El milagro (fragmento) de Sombras LargasMarie Luise Kaschnitz
El milagro (fragmento) de Sombras Largas

"De repente todo cambió de la manera más extraña. Ya no se sucedían pasos en la calle, y los vehículos se habían detenido. A través del resplandor de las lámparas, vimos un saco lleno que había sido arrojado a nuestro jardín y cestas apiladas dispuestas a lo largo de la calle. Haces de leña y astillas rodaron por las escaleras, y cuando me asomé, encontré ante la pequeña pared de la parte inferior platos con huevos, pollo y pescado. Fue un poco antes de que el misterioso sonido cesara y pudiéramos percibir lo ricos que éramos de repente. Mi madre fue a la cocina y se dispuso a preparar el fuego, mientras yo permanecía fuera inhalando ansiosamente aquel aroma mezcla de aceite, cebolla, pollo molido y romero.
En ese instante yo ignoraba lo que mis padres podrían haber supuesto: que los pacientes de mi padre, esos viejos deudores, habían decidido darle una sorpresa. Para mí era maná del cielo -los huevos, la carne, el resplandor de las antorchas, el fuego de la estufa y la hermosa bata que cogí de un bulto de ropa y me embutí tan rápido como pude. Corre, dijo mi madre, y yo corrí a través del oscuro túnel, al final del cual había luces de colores brillantes y relucientes. Cuando llegué a la ciudad, pude ver desde lejos el pabellón rojo y dorado bajo el cual el obispo ascendía por las empinadas escaleras. Escuché el sonido de tambores y timbales y los gritos de "viva" y me uní al clamor de la multitud. Y entonces las grandes campanas comenzaron a balancearse y tararear desde el campanario.
Don Crescenzo guardó silencio y sonrió, feliz, para sí. Seguramente escuchaba de nuevo ahora, con su oído interno la expansión de estos salvajes sonidos los cuales le habían hecho enmudecer durante largo tiempo y que significaban para él en medio de aquella soledad mucho más que para cualquier otro ser humano: el amor al prójimo, el amor divino, el renacer de la vida, libre de la oscuridad de la noche.
Le miré y luego recogí mi libro cuaderno de notas. Podrías escribir tus memorias, Don Crescenzo. Sí, dijo él, podría hacerlo. Por un instante el se sentó y pudiste ver que él valoraba la historia de su vida no menos que los relatos del Antiguo Testamento o la Odisea. Pero entonces sacudió su cabeza. Hay tanto que hacer, dijo.
De repente comprendí todo lo que él deseaba con toda esa remodelación, con el bar, los garajes y el ascensor para bajar a la playa. Quería proteger a sus niños de la penuria, de las infelices vísperas de Navidad y del recuerdo de una madre llevando sacos llenos de piedras hasta que terminaba por sentarse y llorar. "



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