El jardín de los Finzi Contini (fragmento)Giorgio Bassani
El jardín de los Finzi Contini (fragmento)

"Respondí que sí, que había optado por una tesis de italiano. Mi vacilación -expliqué- se había debido sobre todo a que hasta pocos días antes había esperado poder doctorarme con el profesor Longhi, catedrático de Historia del Arte, pero, en el último momento, el profesor Longhi había pedido la excedencia por dos años. La tesis que me habría gustado redactar bajo su guía se refería a un grupo de pintores ferrareses de la segunda mitad del siglo XVI y comienzos del XVII: Scarsellino, Bastiniano, Bastarolo, Bonone, Caletti, Calzolaretto y otros. Sólo guiado por Longhi habría podido hacer algo que valiera la pena en relación con semejante tema. Y, en vista de que Longhi había conseguido del Ministerio dos años de excedencia, me había parecido más oportuno dedicarme a una tesis cualquiera de italiano.
Me había escuchado meditabundo.
-Longhi -me preguntó al final, torciendo los labios con gesto de perplejidad-. ¿Cómo? ¿Ya han nombrado al nuevo titular de la cátedra de Historia del Arte?
Yo no comprendía.
-Sí, sí -insistió-. Siempre he oído decir que el profesor de Historia del Arte en Bolonia es Igino Benvenuto Supino, una de las mayores glorias del judaísmo italiano... Conque...
Lo había sido -lo interrumpí-, lo había sido: hasta 1933. Pero desde 1934, para el puesto de Supino, tras la jubilación de éste, habían llamado a Roberto Longhi. ¿No conocía él -proseguí-, contento de sorprender una laguna en su erudición-, los fundamentales ensayos de Roberto Longhi sobre Piero della Francesca y sobre Caravaggio y su escuela? ¿No conocía la Officina Ferrarese del renacimiento ferrarés celebrada ese año en el Palazzo dei Diamanti? Para redactar mi tesis, yo me iba a basar en las últimas páginas de la Officina, que trataban el tema sólo de pasada: de modo marginal, pero sin profundizar.
Yo hablaba y el profesor Ermanno, más encorvado que nunca, me escuchaba en silencio. ¿En qué pensaba? ¿En el número de "glorias" universitarias que habían sido ornato del judaísmo italiano desde la Unidad hasta nuestros días? Era probable.
Cuando, mira por dónde, lo vi animarse de repente. Mirando a su alrededor y bajando la voz hasta reducirla a un susurro ahogado, como si fuera a comunicarme un secreto de estado, me dio la gran nueva: que él poseía algunas cartas inéditas de Carducci, cartas escritas por el poeta a su madre en 1875. Si me interesaba verlas y si las consideraba objeto válido para una tesis de doctorado en italiano, estaba dispuesto a cedérmelas.
Pensando en Meldolesi, no pude por menos de sonreír. ¿Y el ensayo que había de enviar a la Nuova Antoloia? Así, después de tanto hablar, ¿no había llegado a hacer nada? Pobre Meldolesi. Hacía varios años que lo habían trasladado al Minghetti de Bolonia: ¡con gran satisfacción suya, por supuesto! Un día de aquellos que tenía yo que ir a verlo...
Pese a la oscuridad, el profesor Ermanno advirtió mi sonrisa.
-¡Ya sé, ya sé! -dijo-, que vosotros, los jóvenes, de un tiempo a esta parte subestimáis a Giosuè Carducci. Ya sé que preferís a un Pascoli y a un D´Annunzio. "



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