Gran Hotel Babylon (fragmento)Arnold Bennett
Gran Hotel Babylon (fragmento)

"A Nella le pareció que estaba siendo agradablemente mecida en una gran cuna que se balanceaba con un movimiento a la vez lento y potente. Tal sensación continuó por algún tiempo y a ello se añadió el sonido de un rápido, calmo, confuso golpear. Una suave y excitante brisa la mecía hacia delante a su pesar y, sin embargo, se sentía imbuida de una deliciosa tranquilidad. Se preguntó si su madre se hallaba arrodillada a su lado, susurrándole alguna canción de cuna en sus oídos infantiles. Extraños colores flotaron ante sus ojos, sus párpados vibraron y, finalmente, despertó. Por unos instantes su mirada se detuvo aquí y allá buscando en vano alguna pista sobre el lugar donde se hallaba, pero sin llegar a conclusión alguna. Sentía alivio de que cierta poderosa y fatal lucha hubiera concluido; no le importaba si había sido vencida en esa lucha de su alma contra otra alma; aunque lo hubiera sido, la conciencia de que esa lucha hubiese concluido la satisfacía y contentaba. Gradualmente, su cerebro, recuperándose de sus obsesiones, empezó a advertir dónde estaba, y vio que se encontraba en un yate y que éste se movía. El movimiento de cuna era el suave balanceo del barco; el golpeteo provenía de la hélice; los extraños colores los producía el sol al salir por una distante playa de la que se alejaba el yate. La canción de cuna de su madre era el canturreo del hombre que estaba al timón. A través de su vida Nella había tenido diversas experiencias en embarcaciones. Desde las aguas del río Hudson a las del mar Mediterráneo, había navegado en todas las estaciones del año, en todos los tiempos. Amaba el agua y le parecía deliciosamente apropiado hallarse ahora de nuevo sobre el agua. Alzó la cabeza para mirar alrededor y luego la dejó caer: estaba fatigada, nerviosa: sólo quería soledad y calma; no tenía preocupaciones, ansiedades, ni responsabilidades: podían haber pasado cien años desde la entrevista con la Srta. Spencer, y la memoria de ese encuentro parecía perdida en los rincones más remotos de su cerebro.
Era un yate pequeño, y su ojo experto determinó que pertenecía a la más alta aristocracia del gremio marítimo. Reclinada en la silla del puente (no le preocupaba en ese instante quién la había llevado ahí), examinó todos los detalles visibles de la embarcación. El puente era blanco y suave como su propia mano, y las junturas se extendían como venas azules. Todo el metal, desde la cinta alrededor de la chimenea hasta la cóncava superficie de la bitácora, brillaba como el sol.
Los afilados mástiles se erguían gallardamente y el aparejo parecía de seda. Las velas no estaban izadas; el yate emitía vapor y debía de ir a siete u ocho nudos. Juzgó que sería una embarcación de cien toneladas o así, probablemente de construcción Royal Clyde y de no más de dos o tres años de antigüedad.
No se veía a nadie en el puente excepto al hombre que iba al timón. Éste llevaba un jersey azul, pero no había nombre alguno ni inicial en la prenda ni había un nombre en las blancas boyas atadas al cabo principal, ni en el bruñido bote que colgaba de las guardas de estribor. "



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