La dulce España (fragmento)Jaime de Armiñán
La dulce España (fragmento)

"Me desperté en un enorme caserón, como de cuento de miedo, de puertas muy altas, muebles solemnes y ventanas ajustadas. Yo nunca había visto nada igual. Me arreglaron muy bien, vino un señor a recogernos, y me llevaron a dar un paseo por Lugo. Me gustó mucho aquella ciudad tan distinta de Madrid, húmeda, y de grandes piedras cubiertas de musgo.
Es mentira que los niños no se fijan en nada, porque muy al contrario suelen estar atentos a todo lo que les rodea, y que raramente comentan, como los chimpancés, que tampoco hablan, pero se acuerdan luego. Me fijé en que no había tranvías, en los grandes zapatos de madera, después supe que se llamaban zuecos, en los paraguas abiertos, en las mujeres que llevaban cestos sobre la cabeza, con verduras o pescado, y sobre todo en la lluvia, que caía como si saliera de un perfumador, y parecía que no mojaba. Lo que más me gustó de aquella ciudad fue la muralla, por donde dimos varias vueltas, y el río, que yo no había visto nada parecido, de tanta agua que llevaba.
En el Gobierno Civil no había servicio, ni cocinera, ni nadie. Todos los días, al menos los que yo estuve en Lugo, venía un chico con tres tarteras calientes, sujetas por varillas de metal, y el postre en una cesta. Una de las tarteras traía caldiño, siempre caldiño, por la mañana y por la noche; la otra pescado, supongo que pescado de buena clase, y la última, carne de ternera. Creo recordar que mi madre me dijo alguna vez que el cubierto, que venía de un hotel o de un restaurante, costaba tres cincuenta.
Mi estancia en Lugo fue corta e intensa, también la de mi padre, y allí encontré el mar. El mar de Galicia, el gran océano Atlántico. Supongo que Luis de Armiñán fue a La Coruña, siguiendo el camino del abuelo Luis, gobernador de aquella ciudad en 1906. Debía de ser un domingo o fiesta de guardar, porque mi padre, con su máquina de fotografías Kodak, vino con nosotros. En el coche me fueron contando la impresión que me iba a hacer el mar, que llegaba hasta América, y parecían mucho más excitados que yo. Mi padre hablaba de su niñez, de Algeciras, de Gibraltar, de Marruecos, del Mediterráneo, que era su mar, azul y tranquilo unas veces y otras desatado y furioso, claro que el de La Coruña era un océano, el mismo que cruzara Cristóbal Colón, cuando se fue a descubrir América. Mis padres se quitaban la palabra, ilusionados con mi virginidad marina, sin pensar que aquellos aires no eran buenos para mis pulmones. Quizá mezclaran cuentos y novelas de piratas: La isla del tesoro, Lord Jim, 20.000 leguas de viaje submarino, Moby Dick, Capitanes intrépidos... Hablaban sin parar y yo buscaba afanosamente las primeras huellas del océano. "



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