Pequeños reinos (fragmento)Steven Millhauser
Pequeños reinos (fragmento)

"Pensamientos en sol y sombra. Mientras el príncipe caminaba por el parque umbrío, pisando los círculos y rombos de sol que hacían brillar sus oscuros zapatos de terciopelo bordados con flores de oro de cuatro hojas, evocaba la imagen de la princesa apartándose súbitamente de la ventana con la mano en la garganta y un rubor en la mejilla. La persistencia de la imagen lo perturbaba y lo avergonzaba. Sentía que al ver esa imagen cometía una gran maldad contra su esposa, de cuya virtud nunca había dudado, y contra sí mismo, pues amaba la franqueza y odiaba los secretos, los disimulos y los ocultamientos. El príncipe sabía que si alguien osara siquiera insinuar que la princesa le era infiel, él no dudaría en hacer cortar la lengua del difamador; en la violencia de sus pensamientos reconocía el tumulto en su interior. Estaba orgulloso de la franqueza que existía entre él y la princesa, a quien revelaba sus pensamientos más íntimos; al ocultar esta obsesión, de la cual se avergonzaba, parecía haber caído desde una gran altura. Caminando a solas por la avenida del parque, por rombos de luz y retazos de sombra, el príncipe se reprendía amargamente por haber traicionado su elevada idea de sí mismo. De pronto le pareció que su barbado amigo de la túnica engarzada de amatistas era mucho más digno que él del afecto de su esposa. Así el príncipe, en el mismo acto de la recriminación, alimentaba sus celos secretos.
La torre. Desde el alba hasta el atardecer ella permanece en la torre. Llegamos a ver lo que parece ser su rostro en la ventana, pero es probable que sólo veamos relumbrones de sol o sombras de aves pasajeras en las altas vidrieras. En todo otro sentido ella es invisible, pues nuestros solemnes poetas la encierran en palabras de elevada y formal alabanza: su cabello es más radiante que el sol, sus senos más blancos que el plumón de cisne o la nieve recién caída. La vimos una vez, cabalgando por la plaza del mercado en un día festivo, montando su caballo blanco con negros penachos de avestruz, y nos asombró el destello del cabello renegrido bajo la cogulla azul. Pero en los largos días de verano, cuando los tejados brillan al sol como si estuvieran por derretirse, su cabello del color del cuervo poco a poco es reemplazado por el cabello rubio de los poetas, hasta que la visión de la princesa montada en el caballo blanco sólo parece un sueño diurno. En lo alto de la torre, desde el alba hasta el anochecer, ella se pasea con su pesadumbre, ¿y quién puede saber siquiera si su pena le pertenece? "



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