Reportaje, de Reflexiones sobre mi poesía "Desde esta cárcel podría verse el mar, seguirse el giro de las gaviotas, pulsar el latir del tiempo vivo. Esta cárcel es como una playa: todo está dormido en ella. Las olas rompen casi a sus pies. El estío, la primavera, el invierno, el otoño, son caminos exteriores que otros andan: cosas sin vigencia, símbolos mudables del tiempo. (El tiempo aquí no tiene sentido). Esta cárcel fue primero cementerio. Yo era un niño y algunas veces pasé por este lugar. Sombríos cipreses, mármoles rotos. Pero ya el tiempo podrido contaminaba la tierra. La yerba ya no era el grito de la vida. Una mañana removieron con los picos y las palas la frescura del suelo, y todo —los nichos, rosales, cipreses, tapias— perdió su viejo latido. Nuevo cementerio alzaron para los vivos. Desde esta cárcel podría tocarse el mar; mas el mar, los montes recién nacidos, los árboles que se apagan entre acordes amarillos, las playas que abre al alba grandes abanicos, son cosas externas, cosas sin vigencia, antiguos mitos, caminos que otros recorren. Son tiempo y aquí no tiene sentido. Por lo demás todo es terriblemente sencillo. El agua matinal tiene figura de fuente… (Grifos al amanecer. Espaldas desnudas. Ojos heridos por el alba fría). Todo es aquí sencillo, terriblemente sencillo. Y así las horas. Y así los años. Y acaso un tibio atardecer del otoño (hablan de Jesús) sentimos parado el tiempo. (Jesús habló a los hombres, y dijo: «Bienaventurados los pobres de espíritu»). Pero Jesús no está aquí (salió por la gran vidriera, corre por un risco, va en una barca, con Pedro, por el mar tranquilo). Jesús no está aquí. Lo eterno se desvae, y es lo efímero —una mujer rubia, un día de niebla, un niño tendido sobre la yerba, una alondra que rasga el cielo—, es lo efímero eso que pasa y que muda lo que nos tiene prendidos. Sed de tiempo, porque el tiempo aquí no tiene sentido. Un hombre pasa. (Sus ojos llenos de tiempo). Un ser vivo. Dice: «Cuatro, cinco años…». Como si echara los años al olvido. Un muchacho de los valles de Liébana. Un campesino. (Parece oírse la voz de la madre: «Hijo, no tardes», ladrar los perros por los verdes pinos, nacer las flores azules de abril…). Dice: «Cuatro, cinco, seis años…», sereno, como si los echase al olvido. El cielo, a veces, azul, gris, morado o encendido de lumbres. Dorado a veces. Derramado oro divino. De sobra sabemos quién derrama el oro, y da al lirio sus vestiduras, quién presta su rojo color al vino vuela entre nubes, ordena las estaciones… (Caminos exteriores que otros andan). Aquí está el tiempo sin símbolo como agua errante que no modela el río. Y yo, entre cosas de tiempo, ando, vengo y voy perdido. Pero estoy aquí, y aquí no tiene el tiempo sentido. Deseternizado, ángel con nostalgia de un granito de tiempo. Piensan al verme: «Si estará dormido…». Porque sin una evidencia de tiempo, yo no estoy vivo. Desde esta cárcel podría verse el mar —yo ya no pienso en el mar—. Oigo los grifos al amanecer. No pienso que el chorro me canta un frío cantar de fuente. Me labro mis nuevos caminos. Para no sentirme solo por los siglos de los siglos. " epdlp.com |