Tres vidas chinas (fragmento) Dai Sijie
Tres vidas chinas (fragmento)

"Tenía la osamenta muy endeble. Medía un metro setenta y pesaba apenas cincuenta kilos. Cuando jugaba a ponerse a cuatro patas, torciendo la boca, resoplando, escupiendo, para admirar la forma de sus manos y sus pies impresa sobre la arena, parecía fascinado por la ligereza de su propio cuerpo, que apenas rozaba el suelo. En cambio, cuando se quedaba parado ante el umbral de su casa para sentarse acurrucado, con la barbilla sobre las rodillas, parecía un viejo mono agonizante.
Casa no es la palabra exacta para designar el lugar don­de vivía: un cajón de hierro, más exactamente un contenedor abandonado en el suelo, al final de una larga cuesta, al otro lado del puente de piedra que cruza el río Min.
La isla de la Nobleza era el punto en que se hallaba la mayor parte de los módulos, la isla que generaba el flujo más importante de desechos electrónicos, que en su mayoría, por no decir todos, llegaban en contenedores; y de todos, aquel contenedor era sin duda uno de los más antiguos. Su pintura de origen, verde oscuro, se había vuelto tan pálida que resultaba irreconocible; poco a poco se había ido agrietando, se había puesto amarilla, llena de escamas, y ahora el hierro, comido por el orín, se filtraba por todas partes. A pesar de su deplorable estado, todavía se podía leer en él la inscripción de una fecha y un lugar de fabricación: 1983, Tianjing, así como los nombres de sus sucesivos inquilinos, que daban testimonio de momentos de gloria y de decadencia, de risas y de llantos: restaurante de fideos, perrera para perros policía, puesto de seguridad regional, centro de detención para delincuentes (cámara de asfixia, a juzgar por las palabras grabadas en la pared por las uñas de los presos), depósito de mercancías… En su interior, había trazas negras de fuego, abollamientos, gotas de estaño fundido incrustadas en el suelo, brillantes, y sobre todo un olor particular, vago como un espectro, pero fácil de identificar, el olor del plástico quemado, que daba fe de su larga carrera en el reciclaje de desechos electrónicos.
Aquel módulo, alquilado por cien yuanes al mes a un vendedor de apuestas deportivas, tenía dos ventanas en una de las fachadas. A la derecha había una puerta y encima un cartel que decía: «Tofu de la muda», colgado de una varita de hierro que el viento balanceaba en las noches de invierno, y que, vencido por el orín, había terminado por enmudecer, como su propietaria, nadie sabía en qué momento. "



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