Éxodo (fragmento)Leon Uris
Éxodo (fragmento)

"Otoño de 1944.
Se había generalizado ya la creencia de que los alemanes perderían la guerra. En todos los frentes cosechaban desastres. Pero cuantas más batallas perdían más aumentaba su hambre de exterminio. El coronel Eichmann echaba mano de todos los recursos posibles para terminar su misión de genocidio.
Octubre de 1944.
Los Sonderkommandos de Birkenau se sublevaron con furia indomable y volaron uno de los crematorios. Cada día que llegaba los Sonderkommandos se apoderaban de guardias y de perros de las SS y los echaban a los hornos. Por fin los alemanes los ejecutaron a todos, sin dejar uno y pidieron que les enviasen de Auschwitz un grupo nuevo.
Con la espalda contra la pared, Eichmann hizo un gesto final. Dio órdenes para que veinte mil hombres, la flor y nata de la judería, que habían permanecido hasta entonces en el campo de Theresienstadt bajo garantía de que serían debidamente protegidos, fuesen trasladados a Birkenau a fin de proceder a exterminarlos.
El impuesto a la muerte pagado por los judíos en Birkenau subió y subió hasta que la cuenta alcanzó a un millón de polacos, cincuenta mil alemanes, cien mil holandeses, ciento cincuenta mil franceses, cincuenta mil austríacos y checos, cincuenta mil griegos, doscientos cincuenta mil búlgaros, italianos, yugoeslavos y rumanos, y otro cuarto de millón de húngaros.
Y todos los días, mientras duró la macabra carrera hacia el exterminio total, había que pedir más y más Sonderkommandos.
Noviembre de 1944.
La oficina de falsificaciones de Auschwitz quedó cerrada bruscamente y todo el mundo fue a parar a Birkenau a trabajar como Sonderkommando.
El nuevo empleo de Dov consistía en esperar en el pasillo de las cámaras hasta que la ducha de gas había terminado. El y otros Sonderkommandos aguardaban inactivos hasta que los gritos de agonía y los golpes frenéticos a las puertas metálicas habían cesado. Luego dejaban transcurrir todavía otros quince minutos para que se marchase el gas. Entonces se abrían las puertas de las cámaras. Dov tenía que entrar provisto de sogas y ganchos para desenredar la maraña repulsiva de brazos y piernas y arrastrarlos fuera para cargarlos y llevarlos al crematorio. Sacadas las víctimas tenía que volver a entrar a limpiar y adecentar la sala para la nueva hornada que estaba ya preparándose en los vestuarios.
Tres días trabajó Dov en aquella sangrienta tarea. En aquellos tres días hasta la última partícula de su energía se desplomó; aquella voluntad terca y desafiante de vivir que le había sostenido hasta entonces parecía desvanecerse. Vivía temiendo el instante en que la puerta de hierro de la cámara de gas se abriría y él se encontraría cara a cara con el revoltijo de cadáveres. Aquello le daba un miedo más espantoso que el recuerdo del ghetto o de las cloacas. Comprendía que no podría resistir la visión de aquel cuadro muchas veces más. "



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