Al sur de Cartago (fragmento)Fernando Schwartz
Al sur de Cartago (fragmento)

"Me quedé de hielo. La ironía tan increíblemente cruel, el sarcasmo absoluto de aquella proposición, me cortaron el habla. Miré a Masters con asombro, pero, por la seriedad de su semblante, vi que me había hablado con total honradez. Me estaba ofreciendo el puesto de Gardner. ¡A mí!
Poco me faltó para soltar una carcajada. Por pura histeria, ¿eh?, no porque la situación me hiciera gracia.
—Bueno... yo... esto... —balbuceé—... no sé qué decirle, señor. Yo... no sé qué decirle —concluí, bajando la cabeza.
Masters tenía la mirada clavada en mi rostro. Asintió varias veces mudamente, volvió a coger el lápiz y empezó a batir con él un ligero ritmo sobre la mesa.
—Piénseselo, Christopher. No me conteste ahora. Piénselo hasta mañana. —Sonrió con angustia.
Apreté las mandíbulas. Después de unos segundos, dije: —Sí, señor. Muchas gracias. Mañana tendrá usted la contestación. —Me puse de pie, le hice una breve inclinación de cabeza, me di la vuelta y salí de su despacho.
Iba como un sonámbulo. Sabía que me tenía que detener a pensar un poco en todo esto, a reflexionar sobre una situación que me resultaba tan increíblemente ridícula, que me parecía hasta ofensiva.
Eso es lo que era la oferta de Masters: un insulto personal.
Miré hacia atrás, contemplando por unos segundos la imponente mole de Langley. Luego me di la vuelta y seguí andando.
La idea de que yo fuera a sustituir al bueno de Gardner al frente de aquella pandilla de asesinos me parecía obscena. ¡Pero si le había matado yo! De modo que no es que yo fuera una virgen sin mancha. Y, por otra parte, ¿quién era yo, quién era cualquiera, para tirar la primera piedra contra aquella institución? ¿Quién era yo para dudar de la necesidad de su existencia? Yo había sido su instrumento, ¿no?
En este mundo, además, todo es necesario: el espionaje, las muertes, las operaciones de desestabilización. Todo se hace en nombre de la defensa del supremo bien de la patria.
Yo no discutía el concepto. Las he visto de todos los colores en mi vida y mis baremos de tolerancia tienen el diámetro del cráter del volcán Irazú.
Lo que me producía repugnancia, sin embargo, era pensar que yo podía meterme aún más en esa espiral maloliente, hundirme sin remedio y sin salida posible en ese fango.
No señor. No sería yo.
Me quedaba aún un resto de individualidad, un mínimo de libertad. Durante unas horas más, tenía libertad de movimientos. Me quedaban unas horas, apenas unas horas, para volver a ser lo que siempre había querido ser: un hombre solo.
¿Enemigos? ¿Amigos? ¿Había sido Gardner mi amigo? ¿Es Dennis, el que me salvó la vida, el que mimó mi regreso a la existencia, mi enemigo? ¿Es Markoff, el que compartió mi pan y mis canciones y mi barco, mi enemigo? ¿Y Marta? ¿Valía la vida de Marta haber conseguido una pequeña ventaja táctica en la lucha diaria entre Oriente y Occidente? Santo Dios.
Volví a casa en un coche oficial.
—No me espere —dije.
Hice un par de llamadas y subí a mi habitación. Recogí unas cuantas cosas, miré a mi alrededor y salí del cuarto. Cerré cuidadosamente la puerta y bajé las escaleras. "



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