El manantial de Israel (fragmento)James A. Michener
El manantial de Israel (fragmento)

"Las relaciones entre los tres barrios de la ciudad en el año crítico de 1290, eran el mejor ejemplo de la debilidad básica de los Cruzados: las diferencias imperantes en Europa determinaban el comportamiento en Tierra Santa, pues en Italia, Génova había declarado la guerra a Pisa, y Venecia estaba maltratando a los traficantes genoveses. Por consiguiente, en Acre, los venecianos locales habían expulsado a los genoveses de la ciudad y las naves genovesas se vengaban capturando a marineros de Venecia y Pisa, los cuales eran vendidos a los mamelucos como esclavos.
Era la guerra, que se libraba únicamente en busca de ventajas económicas y si algún día resultaba conveniente a las diversas facciones traicionar a la ciudad de Acre en favor de los mamelucos, lo harían sin el menor remordimiento.
Ésa era la primera división, pero no la más importante. La ciudad era defendida, no por un ejército tradicional, sino por monjes que se habían afiliado a una u otra de las órdenes militares. Templarios, Hospitalarios y Teutónicos, y cada una de esas empecinadas órdenes se dirigía a sí misma, autárquica, y dedicada por entero a guerrear contra las otras.
Los caballeros-monjes que dirigían las órdenes tenían autorización para concertar sus propios tratados con los mamelucos y para decidir cuándo y cómo se guerrearía. Conseguir que los tres estuviesen de acuerdo en un plan cualquiera de defensa era difícil por no decir imposible. En Acre, cada orden tenía su propio barrio fortificado, aparte de los tres italianos y que se administraban y bastaban a sí mismos. Monjes y comerciantes se miraban mutuamente con desprecio, pero como los unos eran necesarios a los otros y viceversa, se mantenía una tregua, a regañadientes pero tregua al fin.
La tercera división, si bien de menor importancia militar, era probablemente la de mayor significado en lo referente a lo moral. En Acre había treinta y ocho iglesias: latinas leales a Roma, ortodoxas griegas que obedecían a Bizancio, católicas griegas que apoyaban a Roma pero retenían sus propios ritos, y los tercos y pintorescos monofisitas, que desconocían a Roma y Constantinopla en su adherencia a la antigua creencia de que Cristo tenía solamente una naturaleza. En ellos estaban incluidos los coptos de África, los armenios y, sobre todo, los jacobitas de Siria, cuyos sacerdotes hacían la señal de la cruz con un rígido dedo, proclamando así al mundo la naturaleza única de Jesucristo. Entre esos grupos existían enconados odios. Había cuatro series de iglesias, cuatro rituales distintos, cuatro teologías. En cualquier crisis los intereses de los cuatro grupos eran casi siempre divergentes y cualquiera jerarquía podía tratar de derrocar a sus adversarias, lanzándolas al caos o a los expectantes brazos de los mamelucos.
Así, la amurallada y fortificada ciudad de Acre, tan poderosa cuando se la veía a la distancia, era, en realidad, un mosaico de once comunidades separadas, unidas únicamente por su temor a sus usurpadores enemigos: los venecianos, genoveses, pisanos, templarios, hospitalarios y teutónicos, las iglesias romana, bizantina, griega y monofisita, además del frágil undécimo: el reino de Jerusalén, gobernado por un apuesto e inefectivo y joven rey, cuyos íntimos habían conseguido ocultar al público el hecho de que era epiléptico.
En toda esta colosal confusión, había únicamente un factor compensatorio: las campanas de Acre y ahora, al acercarse la hora de la oración vespertina, su magia se extendió por toda la amurallada ciudad. Primero fue la sucesión de graves notas de San Pedro y San Andrés, la iglesia romana próxima al puerto, con su ritmo severo, al que de inmediato se unió el de la danzarina campana de bronce de la iglesia copta, seguido por el tintineante parloteo de la iglesia siria de San Marcos de Antioquía. Uno por uno los treinta y cinco campanarios transmitieron sus sonoros mensajes, hasta que la ciudad era toda un enorme latido musical. "



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