Kampuchea (fragmento)Patrick Deville
Kampuchea (fragmento)

"La ciudad está en calma. Nubes plomizas ruedan por un cielo rayado de azafrán. Los camisas rojas, cansados de esperar por el asalto, pernoctan en su atrincherado campamento.
Perros callejeros. Infiernillos equipados con bombonas de gas. Cadalsos donde penden las viandas al humo de las frituras y el estruendo de radios revolucionarias. Así es el amanecer sobre Chao Phraya y los pasajeros de los transbordadores fuman bajo la lluvia, inclinados sobre la barandilla. Lord Jim trabaja un tiempo para los hermanos Yucker. Fletadores y operadores de la teca. Ya existía en las batallas fluviales, el rodar de los cañones y el olor de la pólvora. Los transbordadores cruzan los convoyes de barcazas enganchadas a los remolcadores. Los vendedores instalan sus puestos antes de salir de los templos del Buda reclinado o del Buda alzado. Todas esas toneladas de oro puro del oscurantismo que nos abate, camaradas, de las ansias de poder. Para que todos los que se sientan impotentes en el mundo, puedan sujetar el cuchillo entre los dientes.
Compré en el aeropuerto el semanal Cambodge Soir. Espero un vuelo a Phnom Penh o el primer testimonio de los jemeres rojos que en Douch ya se han abierto. Donde los supervivientes pueden cruzar con la mirada lo que hay tras el cristal blindado. Desde la primera audiencia, después de que el fiscal le preguntara si deseaba hacer una declaración preliminar, ese hombre acusado de haber enviado a la muerte a doce mil personas alzó el brazo, una frágil figura tras el banquillo de madera barnizada, con sus sienes plateadas, la frente alta, las orejas despegadas, los ojos pequeños y brillantes sobre profundas cuencas. Este hombre delgado que creyó haber asumido la difícil tarea de hacer torturar y asesinar a más de doce mil de sus compatriotas, se aclaró la voz, bebió un poco de agua y después, ante el desconcierto de los responsables de la traducción simultánea en jemer e inglés que no habían previsto tener que traducir versos alejandrinos, recitó el final de La muerte del lobo de Alfred de Vigny:

Gemir, llorar, rezar es igualmente cobarde
Cumple animoso la misión penosa y ardua
Que te ha tocado en suerte y luego
Sufre y muere como yo, sin decir nada. "



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