Esperando a Robert Capa (fragmento)Susana Fortes
Esperando a Robert Capa (fragmento)

"A los pocos días se movían en ese ambiente como si se hubieran criado en el barrio de Gracia. Peinaron la ciudad de parte a parte, alimentándose de la menor brizna de emoción, tratando de interpretar el mundo con sus cámaras. Todas las fotos llevaban el copyright «Capa», sin embargo sobre todo al principio era fácil distinguir la autoría. Él trabajaba con la Leica, de disparo rápido y fácil de acercar al objetivo con un simple movimiento de zoom. Sus encuadres solían ser más cerrados que los de ella, pero incluían casi siempre otros elementos que le daban vida al entorno. Gerda usaba la Rolleiflex, que se colocaba a la altura del pecho, más lenta. Se tomaba su tiempo para preparar el encuadre. Sus fotografías eran más correctas desde el punto de vista técnico, pero más convencionales. Le faltaba espontaneidad. Estaba empezando y todavía no se sentía segura. Pero tenía intuición para identificar los momentos irrepetibles. Una pareja sentada al sol, él con mono azul y gorro de miliciano, sujetando un fusil apoyado en el suelo. Ella muy rubia, con un vestido oscuro. Los dos riendo abiertamente. Algo le llamó la atención a Gerda, quizá el parecido de esa pareja con ellos mismos, edad similar, unos rasgos físicos casi intercambiables, la misma intimidad, el aire cómplice. Tomó foco. Buscó un encuadre frontal, apoyándose en el contraste de luz. Las dos siluetas se recortaban contra un fondo de árboles. Clic. Era una fotografía alegre a primera vista, sin embargo había en ella un halo trágico, algo vagamente premonitorio.
Pero la guerra no era eso ni de lejos. En la Estación de Francia se agolpaban miles de soldados preparados para salir hacia el frente de Aragón bajo el cielo de cristal de las marquesinas, mientras los micrófonos de Unión Radio no cesaban de hacer llamadas de reclutamiento. Gerda y Capa fotografiaron a centenares de muchachos jóvenes despidiéndose de sus novias, hombres hechos y derechos abrazando a sus hijos pequeños, mujeres de una pieza, urgiéndoles a apresurarse, ayudándoles a colocar la camisa mal metida por el pantalón. No había lágrimas ni Andrómacas en aquel andén. Sólo un denso vapor ferroviario bajo la luz transversal de la mañana, vagones repletos de voluntarios con las puertas abiertas y el lomo atravesado por consignas escritas con pintura blanca: «ANTES MORIR QUE CONSENTIR TIRANO.» Jóvenes llenos de vitalidad que se asomaban por la ventanilla, agitando los puños. No tenían ni idea de lo que les esperaba. La mayoría nunca volvió a ver Barcelona. En el puerto de Cádiz acababa de atracar un carguero con el primer envío de aviones y soldados nazis a suelo español. "



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