Encuentro en el Rin (fragmento)Maurice Genevoix
Encuentro en el Rin (fragmento)

"Henos aquí todos instalados: Pacome, naturalmente, con los Bausch que lo alojan desde hace un año (está a cambio del alojamiento), Gabrielle y ambas hermanas en casa de dos anfitrionas de las que no pienso nada aún; dos viejas señoritas de unos cincuenta años, ceremoniosas, arrulladoras, lo que no casa con su esqueleto caballuno (¿asnal?): se espera oírlas relinchar. Bien. Nada que decir tampoco, de las dos habitaciones y el gran cuarto de baño común que ocupan la madre y sus hijas. Corrientes, bien iluminadas, sobre un vasto patio común flanqueado por edificios en tres de sus lados. Cubrecama de macramé en grueso hilo de algodón, con los inevitables almohadones con lemas: "Corazón puro y buen sueño van de la mano", etc. La mesa tocador es de mármol blanco (un extremo ha sido pegado), y la palangana y su jarra, de alabastro. Todo eso, el primer día, tenía en pleno verano la frialdad del abandono y de las ventanas siempre cerradas. Todo se reanima ya y revive bajo los ojos y las manos de Gabrielle y las muchachas.
En mi casa, profusión de almohadones. Generalmente, van en parejas: dialogan a golpes de bordado. Tal vez se reproducen entre sí. En los hechos, la responsable es Frau Weth, mi dueña de casa: almohadona todo a lo largo del día, con seda y guata; o bien ovilla, desenreda y teje. Tiene un dulce rostro melancólico, de rasgos finos, aureolado de bucles grises. Herr Weth parece más notable e impresiona: enclenque, enfermo, minado probablemente por el asma. Los músculos de sus brazos se han ablandado hasta la atrofia. Aparte de eso, su cabeza parece anormalmente enorme. Casi siempre en mangas de camisa, con tiradores bordados (naturalmente), con los pies en pantuflas de tapicería; no lo vi más que dos o tres veces, por casualidad, al entreabrirse alguna puerta. ¿Se viste alguna vez? ¿Sale a las calles de Offenbach? Vaharadas de polvo de Dover flotan hasta en el vestíbulo. Por la mañana, en esa somnolencia que precede al verdadero despertar, oigo sus lejanos accesos de tos. Lejanos, porque mi cuarto está fuera del departamento, independiente, con una entrada particular, lo que los decidió a alquilarlo: Ayer me encontré con su mirada. ¿Cómo explicar mi impresión? Espectral; aproximadamente, es eso: venida desde el fondo de otro mundo. Tiene grandes ojos saltones, de animal nocturno, de cangrejo o de búho, indeciblemente humanos. ¿Cómo pude leer tantas cosas en el relámpago de una mirada? Asombro, ruego: "¿Yo he sido como usted?" y —estoy seguro de ello— una simpatía tan cercana y tan triste, que sentí el corazón oprimido: "¿Ve lo que soy ahora? Por favor, usted, defiéndame".
Pero me disperso; soy (Gabrielle dixit) incorregible. Parece que los Weth tienen una hija. Que viviría con ellos. ¡Invisible! Fue Pacome quien me habló de ella: me dijo que tiene veinte años, y que sin ser bonita intriga y atrae inexplicablemente. Pretende que se parece al padre, como una réplica sublimada, resucitada de algún modo. El buen Pacome me asombró: ¿habrá cambiado, él, que hace un año decía con una risa ad Julianum "las muchachas no me interesan?". Ultimo detalle: estaría ennoviada con el hijo mayor de los Bausch, Gunther.
¿Quién es Gunther? También a su respecto Pacome es igualmente inagotable, desbordante de una admiración cuyos motivos intenté en vano hacerle precisar. No tiene más que un adjetivo: "¡Es un tipo sensacional!". ¿En qué? ¿Por qué? Yo mismo deberé descubrirlo mañana, y me empeñaré por cierto. Gunther llega en estos días y se quedará durante todas las vacaciones. Tiene veintidós años y termina sus estudios en la Universidad de Heidelberg. De filoalgo, logia o sofía, o las dos. Es un monstruo. "¿Inteligente?", pregunté. "¡Ho, la, la!", contestó Pacome. "¿Carácter? ¿Temperamento?", "¡De trueno!". Y no pude sacarle más. Sin embargo, sí, para colmo de entusiasmo: se ha medido a sable, auf der Mensur, varias veces. Un sablazo le hizo un profundo surco en la mejilla, gloriosa cicatriz que atestigua su bravura.
Este Gunther tiene un hermano menor, Wilfried, tan diferente a él como es posible, sentimental y tierno, Vergiessmeinnicht hasta no creer. Y debo añadir, por haberlo visto yo mismo durante nuestra visita protocolar a sus padres —trabaja en la curtiduría— que me pareció encantador.
Una palabra más, la última por hoy: nuestros alojamientos respectivos, por independientes que sean, están a menos de tres minutos uno de otro, todos agrupados en el barrio de Hauptbanhof. A las mismas horas, todos podemos oír las campanadas del reloj del barrio. El bulevar que costea las vías está separado de los rieles por sólo una empalizada de chapas. Frente a la estación, hay un café donde podemos encontrarnos, entre hombres, ante un chopp o un vaso de sidra. Esta misma mañana hemos alquilado seis bicicletas. Las guardamos —también Pacome y Luden— en la casa de las tres francesas."



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