Malevil (fragmento)Robert Merle
Malevil (fragmento)

"Los siete estábamos silenciosos, escuchando, si así puedo decir, el silencio del transistor, cuando estalló un batuque del que no puedo dar una idea sino por comparaciones que todas me parecen irrisorias: fragor de tormenta, martillos, neumáticos, sirenas ululantes, aviones trasponiendo la barrera del sonido, locomotoras enloquecidas. En todo caso, algo de restallante, de taladrante, de estridente, lo máximo de lo agudo y lo máximo de lo grave llevado a un volumen sonoro que sobrepasaba la percepción. No sé si el ruido cuando llega a tal paroxismo es capaz de matar. Creo que lo hubiera hecho si hubiera durado. Desesperadamente aplastaba las manos contra mis oídos, me agachaba, me hacía un ovillo y me di cuenta que estaba temblando de pies a cabeza. Ese temblor convulsivo, estoy seguro, era una respuesta puramente fisiológica a una intensidad de tal estrépito que el organismo apenas podía soportar. Porque en ese momento aún no había empezado a tener miedo. Estaba demasiado estúpido y jadeante como para forzar una idea. Ni siquiera me decía que ese estruendo debía ser el colmo de lo desmesurado como para llegar hasta mí a través de muros de dos metros de espesor y un piso bajo el suelo.
Apoyaba las manos contra mis sienes, temblaba y tenía la impresión de que mi cabeza iba a estallar. Al mismo tiempo, ideas estúpidas me pasaban por la mente. Me preguntaba indignado quién había volcado el contenido de mi vaso que veía en el suelo a dos metros de mí. Me preguntaba también por qué Momo estaba tendido de barriga sobre las baldosas, de cara al suelo y con la nuca cubierta con sus dos manos, y por qué la Menou, que lo sacudía por los hombros, abría muy grande la boca sin emitir un solo sonido.
Cuando he dicho "estruendo, estrépito, tempestad", no he dado ninguna idea de la inmensidad del ruido. Cesó al cabo de un tiempo que no puedo precisar. Algunos segundos, creo. Me di cuenta cuando dejé de temblar y cuando Colin que, durante todo ese tiempo, estaba sentado en el suelo a mi derecha me dijo al oído algo entre lo que distinguí la palabra "gresca". Al mismo tiempo, oí una serie de pequeños gañidos quejumbrosos. Era Momo.
Con precaución despegué mis manos de mis torturados oídos y los gañidos se hicieron más agudos, mezclados con las protestas en dialecto de la Menou. Luego los gañidos cesaron, la Menou se calló y sucediendo al inhumano estruendo que acabábamos de padecer, un silencio cayó sobre la bodega, tan profundo, tan anormal y tan doloroso que me dieron ganas de gritar. Se hubiera dicho que me había apoyado sobre el ruido y que al cesar el ruido, me encontraba suspendido en el vacío. Al mismo tiempo me sentía incapaz de moverme y mi campo visual se había estrechado: aparte de la Menou y Momo que estaban tendidos delante de mí, no veía a nadie ni siquiera a Colin, aunque luego me aseguró que no se había movido de su lugar.
Sumado no sé cómo al silencio, un sentimiento de horror me invadió. Al mismo tiempo noté que me sofocaba y que estaba bañado en sudor. Me saqué, o mejor dicho, me arranqué el pulóver de cuello alto que me había puesto antes de entrar en la bodega. Pero apenas si sentí la diferencia. La transpiración seguía brotando de mi frente y corría por mis mejillas, bajo mis axilas y por la cintura. Padecía una intensa sed, mis labios estaban secos y mi lengua se pegaba al paladar. Al cabo de un momento me di cuenta que estaba con la boca abierta y que jadeaba como un perro, a rápidos golpecitos, pero sin llegar a vencer la sensación de ahogo que tenía. Sentía al mismo tiempo un gran cansancio y, sentado en el suelo, con la espalda apoyada contra un tonel, era incapaz de hablar ni de moverme.
Nadie decía una palabra. La bodega estaba ahora muda como una tumba, y aparte del jadeo de las respiraciones, no se escuchaba un solo sonido. Distinguía ahora a mis compañeros, pero era una imagen borrosa, unida a una sensación de debilidad y de náusea, como si fuera a desmayarme. Cerré los ojos. Hacer un esfuerzo para mirar a mi alrededor me parecía agotador. Estaba encogido, inerte en mi rincón como un animal en agonía, jadeaba, transpiraba, y tenía una sensación de angustia abominable. Iba a morir, tenía la absoluta seguridad. "



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