El cementerio de Praga (fragmento)Umberto Eco
El cementerio de Praga (fragmento)

"Volví a casa bastante perplejo. Un documento producido hace cincuenta años en Minsk y con mandamientos tan específicos como a quién invitar o no a una fiesta, no demuestra en absoluto que esas reglas gobiernen también la acción de los grandes banqueros de París o Berlín. Y por último: ¡nunca, nunca y nunca hay que trabajar con documentos auténticos, o auténticos a medias! Si existen en algún lugar, alguien siempre podrá ir a buscarlos y probar que algo se ha transcrito de forma inexacta… El documento, para convencer, debe ser construido ex novo, y posiblemente no se debe mostrar el original sino más bien hablar de él de oídas, que no sea posible remontarse a ninguna fuente existente, como pasó con los reyes magos, que de ellos habló sólo Mateo en dos versículos, y no dijo ni cómo se llamaban, ni cuántos eran, ni que fueran reyes, y todo lo demás son voces tradicionales. Y aun así, la gente cree que son tan verdaderos como José.
y María y sé que en algún lugar veneran sus cuerpos. Es preciso que las revelaciones sean extraordinarias, perturbadoras, novelescas. Sólo así se vuelven creíbles y suscitan indignación. ¿Qué más le da a un vinatero de Champagne que los judíos impongan a sus semejantes que festejen así o asá las bodas de la hija? ¿Es ésta una prueba de que quieren meterle la mano en el bolsillo?
Entonces me di cuenta de que el documento probador ya lo tenía, es decir, tenía el marco convincente —mejor que el Faust de Gounod por el que los parisinos estaban enloqueciendo desde hacía unos años—, sólo había de encontrar los contenidos adecuados. Obviamente, estaba pensando en el encuentro de los masones en el monte del Trueno, en el proyecto de José Bálsamo, y en la noche de los jesuitas en el cementerio de Praga.
¿De dónde debía partir el proyecto judío para la conquista del mundo? Pues de la posesión del oro, como me había sugerido Toussenel. Conquista del mundo, para poner en estado de alerta a monarcas y gobiernos; posesión del oro, para satisfacer a socialistas, anarquistas y revolucionarios; destrucción de los sanos principios del mundo cristiano, para inquietar a Papa, obispos y clérigos. E introducir un poco de ese cinismo bonapartista del que tan bien había hablado Joly, y de esa hipocresía jesuítica que tanto Joly como yo habíamos aprendido de Sue.
Volví a la biblioteca, pero esta vez en París, donde podía hallarse mucho más que en Turín, y encontré otras imágenes del cementerio de Praga. Existía desde la Edad Media, y en el transcurso de los siglos, como no podía expandirse fuera del perímetro permitido, superpuso sus tumbas —cubrirían quizá cien mil cadáveres—, y las lápidas se aglomeraban casi la una contra la otra, oscurecidas por las copas de los saúcos, sin ningún retrato que las suavizara porque los judíos tienen terror de las imágenes. "



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