Dos rostros (fragmento)Frank Belknap Long
Dos rostros (fragmento)

"Miles cerró los ojos antes de responder. En su mente se dibujó la imagen de Bárbara Maitland, recortada contra la ventanilla de babor, enmarcada por la noche estelar, con el cabello formando una gloriosa cascada de luz.
Recordó la forma de hablar de la mujer; también su risa, sus movimientos, su particular forma de sentarse. En sus pensamientos se vio avanzado hacia ella para tomarla en sus brazos. Vio también cómo ella le esquivaba, con un quiebro ágil de su hermoso y juvenil cuerpo. ¿Cómo iba ella a amar a un hombre que cojeaba, que rara vez sonreía, que por su temperamento sólo era capaz de sentirse unido a la fría precisión de los instrumentos científicos o al polvo seco de los museos?
¡Qué importaba que se hubieran prometido amor eterno de niños, si ahora entre los dos se interponía una nube de extrañeza!
Un joven inquieto, ese Allison. Duro y sin domar, como un cachorro de león en sus crueles juegos. Tan presto a abofetear a una mujer como a retozar con ella... alardeando de su broncínea juventud y de su triunfante sonrisa. ¡Qué increíblemente tontas, las mujeres, dejándose engañar por una musculatura y por la apenas velada fealdad de un bruto humano desmedido que se pavonea como si fuera un risueño Apolo!
¿Cuánta felicidad perdería Bárbara, si el cachorro de león descendiera en solitario al valle y no volviera a aparecer? No mucha, probablemente.
Ninguna mujer podía sentirse feliz a la larga en brazos de un felino juguetón.
-¡Y bien, Jim! ¿Qué dices? -insistió el capitán Hendry.
El preguntado se dio la vuelta mientras un estremecimiento de autodesprecio recorría su cuerpo.
-Allison ya se ha decidido, señor -respondió al fin-. No podemos dejarle ir solo.
-¡Puedo ordenarle que regrese! -protestó Hendry-. ¿Os habéis creído que esto es una sociedad de debates?
-No señor. Pero si le ordena volver, él desobedecerá. Y usted tendrá que castigarle.
-¡Di de una vez lo que piensas, hombre! –gritó Hendry, de mal talante-. ¿Quieres decir que tendré que disparar sobre él?
-En efecto, señor.
Hendry enrojeció de ira.
-¿Sugieres acaso que le permita saltarse la disciplina?
Miles negó con la cabeza.
-No, señor. Si le ordena que regrese y él se niega, lo lamentaremos toda la vida. ¿Por qué dar ocasión a que se cometa una falta? Usted puede matarlo, y asunto concluido, pero ¿no sería más fácil acompañarle, simplemente? ¿Qué opina?
Más tarde, adentrados ya en el valle, el capitán volvió nuevamente sobre el tema.
-He sido un loco al prestarte oídos, Jim -dijo.
Miles arrugó el entrecejo, pero no se detuvo. El coloso se cernía ahora directamente sobre ellos; la pendiente había ido desvaneciéndose, y caía un sol de plomo. Allison había reducido el paso en espera de los otros. Un minuto más, y el capitán Hendry habría olvidado su enfado, aceptándole de nuevo como compañero de armas. Pero ese minuto no llegó.
No había tiempo para hablar de nuevas perspectivas, de nuevos criterios de valoración para la clase de disciplina que debía reinar en un mundo nuevo como aquél. Pues el valle se convirtió de repente en un hervidero de hombres y mujeres de tez tostada y miembros delgados, vestidos muy primitivamente con una especie de túnica de material basto, y que se conducían con la gracia natural de los pueblos que no han sufrido aún contacto alguno ajeno.
Ascendieron en tropel por la ladera, gritando y riendo, en dirección de los cuatro hombres de la Tierra. Sus voces tenían un sonsonete muy particular. No era chino, ciertamente, pero resultaba igual de agradable, de rico y de vibrante. "



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