Hyperion (fragmento)Dan Simmons
Hyperion (fragmento)

"No volvió la cabeza. El viento me lanzaba su largo cabello negro a la cara. De vez en cuando Mike revisaba la brújula y hacía pequeñas correcciones de curso. Quizá fuera más fácil seguir las islas. Pasamos sobre una de casi medio kilómetro de longitud y yo me esforcé en distinguir detalles, pero la isla estaba a oscuras excepto por el fulgor de la estela fosforescente. Formas oscuras hendían las olas lechosas. Toqué a Mike en el hombro y señalé.
—¡Delfines! —gritó—. De eso se trataba esta colonia, ¿recuerdas? Un grupo de gente bienintencionada quiso salvar a todos los mamíferos de los océanos de Vieja Tierra durante la Hégira. No lo consiguió.
Habría gritado otra pregunta, pero en ese momento divisamos el promontorio y el puerto de Primersitio.
Había pensado que las estrellas eran hermosamente brillantes sobre Alianza-Maui, quelas islas migratorias eran memorables por su pintoresquismo. Pero la ciudad de Primersitio, rodeada por la bahía y las colinas, se convertía en una señal llameante en la noche. Su brillo me evocó una nave-antorcha creando su propia nova de plasma contra el limbo oscuro de una hosca gigante gaseosa. La ciudad era un panal de edificios blancos en cinco niveles, todos iluminados por linternas de fulgor cálido por dentro y por un sinfín de antorchas en el exterior. La piedra lava blanca de la isla volcánica parecía fulgurar gracias a las luces de la ciudad. Más allá del poblado se alzaban tiendas, pabellones, fogatas y piras demasiado grandes para cumplir otra función que no fuera dar la bienvenida a las islas que regresaban.
La bahía estaba llena de embarcaciones: catamaranes oscilantes con cascabeles colgados de los mástiles; barcos-vivienda de casco ancho y fondo plano construidos para arrastrarse de puerto en puerto en los calmos bajíos ecuatoriales, pero orgullosamente iluminados aquella noche; yates oceánicos, brillantes y funcionales como tiburones. Desde la punta del arrecife de la bahía un faro arrojaba su haz giratorio al mar, iluminando olas e islas, recortando el pintoresco agrupamiento de naves y hombres.
El ruido se oía a dos kilómetros. Era algarabía de celebración. Por encima de los gritos y el murmullo del oleaje se elevaban las inequívocas notas de una sonata para flauta de Bach. Luego supe que ese coro de bienvenida se transmitía por hidrófonos a los Canales de Pasaje, donde los delfines brincaban y danzaban al ritmo de la música. "



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